Aquel atardecer de un domingo del mes de marzo de funales del siglo pasado, yo había salido de un cine en el que había visto la magnífica película del director italiano Luchino Visconti ROCO Y SUS HERMANOS que estaba ubicado en la que había sido la céntrica y emblemática calle Tuset a propósito de un vital movimiento cultural que se había desarrollado en la misma en los años 60, y en la que proliferaban toda suerte de sofisticados establecimientos de moda, tanto de ropa, como de empresas de publicidad, discotecas, y restaurantes los cuales habían sido frecuentados por los escritores latinoamericanos, tales como Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez en la época del "boom" de la literatura de aquellos países en mi ciudad.
Entonces yo fascinado por el aire creador que todavía se enseñoreaba en aquella calle, me dediqué a pasear por ella, cuando de repente me encontré con una bella mujer rubia, de ojos verdes, la cual iba elegantemente vestida; pues se notaba que pertenecía al acomodado ambiente que residía en aquella señorial zona, pero que llevaba en su mano una carpeta llena de papeles. No era la primera vez que veía a tal dama, y siempre que me había salido al paso no había dejado de llamarme la atención.
La mujer abordó a un viandante que cruzaba la calle; éste le hizo un gesto de rechazo y siguió su camino. Mas ella reparó en mi y se me acercó con paso resolutivo.
- Perdone que le moleste. Mire, yo soy poetisa y en esta carpeta llevo algunos de mis mejores poemas. ¿Le interesaría leerme alguno y comprármelo? - me dijo la dama muy educadamente, y con un marcado acento extranjero.
Reconozco que aquel ofrecimiento literario de aquella bella mujer en el que yo advertí la necesidad de ser escuchada tocó mi fibra más sensible, puesto que yo aunque me ganaba la vida haciendo de director en una escuela privada que la había heredado de mis padres los cuales se habían dedicado a la docencia durante toda su vida, en mis ratos libres escribía poesía. Mas asimismo aquella actitud de la atractiva artista de las letras me sugirió que ambos estábamos envueltos en un tupido y agoviante silencio difícil de describir, tejido por el ambiente reinante que no nos dejaba respirar.
-Por supuesto que me interesan tus poemas - le dije con la mejor de mis sonrisas-. Estamos hechos de la misma pasta, porque yo también he escrito poesía. Pero relajémonos un poco y vayamos a tomar algo que así hablaremos mejor.
La mujer tras dudar un segundo accedió a lo que le proponía. Acto seguido la llevé a un PUB llamado COUPÉ que tenía unas mesitas que simulaban ser coches de carreras, pero donde preparaban unos combinados excepcionales.
Tan pronto como nos hubimos acomodado en una de aquellas mesitas mi acompañante sin pérdida de tiempo sustrajo de la carpeta una hoja de en la que había escrito con tinta roja uno de sus poemas llamado EL TIGRE. Al parecer a ella lo que más le importaba en este mundo era dar a conocer su trabajo, y que se lo compraran.
Leí con interés su poema, y enseguida me poercaté que el "tigre" de su escrito era su propia naturaleza humana que anhelaba ser aceptada, querida por si misma al margen de cualquier convención social. Se puede asegurar que dicho poema era el grito de socorro que su alma daba a cuántos la podían rodear.
- Es muy bueno - admití mientras bebía un cuba-libre de ron, y ella un San Francisco.
- Gracias. ¿Me lo compra?
- Claro. Pero sí. Este poema tiene fuerza. Desprende una vitalidad insual, y eso influye en la gente. Pero ante todo presentémonos. Yo me llamo Eduardo Miró. ¿Y tú?
- Ruth Favre. Tanto gusto - respondió ella con cierta sequedad.
- No eres de aquí ¿verdad? - inquirí.
- No. Soy suiza.
- ¿Y qué haces en este país?
- Vivo en Barcelona desde hace unos pocos años con mi marido que es ingeniero industrial.
-¡Ah! Estás casada.
- Sí. ¿Y usted?
- Bueno... sólo un poco... No tiene mucha importancia - le dije en un tono bromista, pero a la vez con la intención de que nos centrásemos en nosotros mismos-. Y dime. ¿Has leído a muchos poetas? ¿Por ejemplo a Yeats, a Rilke...? Yeats es mucho más que un poeta. Él era un ser muy especial, muy profundo.
-No, no no...
- Pues te recomiendo que leas a los maestros de este arte porque no tan sólo te enseñarán, sino que también estimularán tu genio creativo.
- Ya.
Empecé a sentirme eufórico con aquel encuentro. Por fin había hallado a alguien que daba la impresión de que podía comprender mi verdadera manera de ser; mi sensibilidad.
- Escucha Ruth. Si te parece, tu pones en orden tus poemas; los corriges si es necesario, me entregas una copia de los mismos, y yo hablaré a mi editor para que te los publique. Así mucha gente te conocerá, y admirará tu impronta espiritual.
- No sé... Ya veremos... - respondió Ruth indecisa.
- Vamos mujer. Hay que arriesgarse. ¿Y qué dice tu marido de los poemas que escribes? - le pregunté.
- ¡Huy! Él no me comprende en absoluto. Mi marido es muy práctico, y se ríe de mi.
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