Tenía algunos raspones en la cara, recuerdo su expresión primitiva cuando notó mi presencia, bajo de la cama y nos seguimos a través del cristal hasta llegar a la puerta, la abrace como si en eso se me fuese la vida. Fue la primera vez que la vi desde que encontraron su cápsula salvavidas una mañana de octubre en los resquicios de la selva sudamericana. Me entere cuando regresaba de impartir clases en la facultad.
No estoy como para una foto –dijo riéndose-.
Apreté fuerte sus manos, prestando atención a los ligeros hematomas –nunca lo has estado- le conteste bromeando. Partimos a casa y pasamos los siguientes meses en relativa calma, remodelamos la recámara y conversamos mucho, retomamos el café de los pre amaneceres mientras veíamos los restos brillantes de lo que fue la estación espacial.
Durante las últimas dos semanas Julia creyó que no me daba cuenta de sus vómitos por las madrugadas y del aumento gradual en la cantidad de maquillaje en su rostro.
No escondo nada –me grito con rabia desde el otro lado de la sala cuando decidí enfrentarla; dos días después llegue al hospital de emergencia, Ernesto , nuestro mejor amigo y también el mejor oncólogo de la ciudad fue muy claro: tiempo. Decidimos llamar batallas a las quimioterapias, la recámara se volvió el terreno donde las libramos, hubo algunas durísimas, casi fatales, pero también algunas que ganamos con heroísmo; por aquellos días nos encantaba ver Forrest Gump, intentamos hacer una lista de las formas casi infinitas en las que se pueden preparar los camarones pero no alcanzamos a terminarla.
Fue una mañana de octubre cuando perdimos la guerra, estaba con ella, dormía muy tranquila, después, sin abrir los ojos dijo:
Me gusta cómo cantan los pájaros a esta hora, aunque se coman las plantas, cuando estaba en el espacio intentando volver era lo que más extrañaba después de ti. Nos estaba soñando en el bosque, silbando, escribíamos algo en la tierra pero no lo recuerdo.
Cogió mi pulgar con toda su mano y pidió que llamara a Ernesto, sentía un ligero dolor en el pecho.
Ernesto llegó diez minutos después, Julia pidió agua y antes de salir de la habitación me miro con lágrimas en los ojos:
Alex, es la última vez que te abandono, lo siento mucho.
Cuando regresé con el agua Ernesto me esperaba en la puerta: terminó –dijo - lo lamento.
El minutero se paró en ese momento, pude sentir el latido de mi corazón reflejándose en mi aorta y en el ambiente un ruido diminuto, constante. De todas formas–le contesté intentando asimilarlo- la había perdido antes, esto fue un plus del universo.
Entre en la recámara y retire la peineta de su cabello, le di un beso en la frente y saque de mi pecho lo que tenía atorado desde hacía meses y que nunca le dije:
Es la última vez que no pude salvarte, pero volvería a vivirlo contigo mil veces, no te olvides, siempre contigo.
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