GUARDARÉ TU SECRETO
Por Adelina Gimeno Navarro
Enviado el 10/02/2019, clasificado en Terror / miedo
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Mi cigarrillo se consumía apoyado en el cenicero que tenía puesto a mano derecha, mis ojos entonces se fijaron en la ventana por la que ya veía clarear el día y que siempre había tenido frente a mí. Coloqué la mano izquierda detrás, en mis lumbares, las alivié con un pequeño masaje, respirando profundamente y descansando de aquella noche al pie de mi máquina de escribir.
Me parecen demasiadas posiciones, si me paro a pensar, las que tengo que adoptar según de por terminada la historia que he contado y de la que se pueda o no saber que final a de tener.
Así de aquel modo Arturo, congelaba su recuerdo, se hablaba a si mismo e idolatraba aquellos momentos en los que un sórdido invierno de aquel año, no empañaba las clases de literatura que reforzaban sus estudios.
Aún seguía mirando por la ventana, pero en un acto reflejo, colocaba los codos encima del escritorio, era el mismo que tantas veces los había soportado a ellos y a su cabeza que siempre la descansaba de igual modo. Apretando con sus puños el mentón que acercaba su fruncida boca hasta su nariz.
Cerró los ojos y en aquella posición tantas veces adoptada por él, escuchaba el amanecer. El aullido de los perros entonces no le daba miedo, al contrario, se sentía vivo y feliz por experimentar de nuevo todos aquellos sonidos que le brindaba el alba.
¡Callar vuestros ladridos! Malditos perros, prefiero mil veces escuchar susurrar al viento, estremecerme con el golpe inesperado de esa ventana que se cierra, que vuestro taladrador sainete.
Una letanía que no tiene fin, pero ya os queda poco, en cuanto los pájaros comiencen a cantar ya se os termina vuestro tiempo, aún siendo más frágiles os superan en fuerza vocal, todos los preferimos a ellos...
Hablando solo y enojado con sus vecinos los canes, Arturo siguió mirando al frente, una sierra que se levanta delante de él y la que siempre había ocultado algo, seguro estaba de ello, aunque más sin duda escondían sus letras. Bajó su mirada para volverla a subir y parpadear.
En ese intervalo de segundo el escenario completo cambio en el tiempo...
Qué hago aquí todavía, ya terminaron mis clases, no tengo que estar aquí con los puños clavados en mi cara, mirando a la sierra, que oscura se muestra ante mis ojos. Esta mañana hemos recibido agua de su cielo, lo que literalmente viene a ser que nos ha llovido. Todo lo que ahí está escondido se habrá empapado, al igual que cualquier secreto que esté oculto en ella...
Así con esa filosofía se mostraba Arturo ya en su adolescencia, siempre pensando en aquella postura que tanto le relajaba y lo hacía pensar. Pero, pensar en qué, en la magia de la literatura que era su pasión o en cosas más humanas.
La superiora de la escuela lo miraba siempre con ojos tiernos, desde que su madre de adopción lo llevó a aquella mansión convertida en el hogar de los eruditos a las letras. Una casa misteriosa en la que todo el peso de sus recuerdos se cernía sobre aquella mujer y directora del centro.
En su afán por el estudio Arturo no salía de aquella habitación llena de libros que hacía las veces de biblioteca para él y sus compañeros.
Sus paredes hablaban, cuando al atardecer todo comenzaba a oscurecer el escalofrío se hacía presa de todos los jóvenes, el ir y venir de alguien en la planta de arriba desorientaba sus pensamientos.
Era ahora y el joven ya convertido en adulto y en un escritor de renombre, seguía no solo escuchando aquellos sonidos, no, también guardaba el secreto que su antigua escuela seguía ocultando, una vez adquirida por él al morir la madre superiora de aquella “Caja de Pandora”
Guardaré tu secreto se repetía una y otra vez Arturo, mientras seguía sentado en aquel escritorio escuchando el silencio que partía sus sentimientos en dos.
Aquella noche los perros estaban desesperados sus ladridos le llevaron a la crispación, algo ocurría, sus ojos clavados en el techo le pedían descubrir los sonidos que de allí arriba venían.
Tantas veces al umbral de aquella habitación y sin atreverse a traspasarla que ahora era cómo una invitación a hacerlo.
Cada vez el deseo de entrar en aquella estancia tétrica se hacía mayor. Se decidió a entrar y a pasar, forzando el picaporte hacía un lado, giró su engranaje. Entonces la oscuridad heló su rostro, frío de muerte se respiraba desde allí. Entró, la luz no funcionaba, echo la mano al bolsillo y sacó un mechero. Con su pie se abría camino apartando trozos del techo que habían caído. Tenía miedo a toparse con algo o alguien, en realidad no sabía que pensar, ni lo que podía encontrarse y acercándose hasta la ventana apartó el cortinaje que ocultaba la cristalera. Al darse la vuelta casi cayó de espaldas, le impactó el descomunal cuadro, que colgado de la pared custodiaba un libro viejo. Al personaje lo reconoció al instante, era el rector y ahora al leer la dedicatoria lo entendió todo.
El miedo entonces se tornó rencor, ya no le asustaba todo el misterio que durante años de joven soportó y que ahora había descubierto. Había descubierto en una casa desierta de vida, sus principios y a sus verdaderos progenitores.
A veces el terror no es por causa y efecto, si no por un acumulo de acontecimientos oscuros que atemorizan los sentimientos si no dejásemos descansar en paz a los muertos que los motivaron.
Ahora más que nunca guardaré por miedo tus secretos, se decía Arturo, mientras cerraba aquella puerta tras de sí mismo, dejando allí parte de su vida.
©Adelina GN
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