Escuchándote hablar por las noches me enteré de los rincones presurosos donde tienen sus guaridas clandestinas, las burlas de las que soy sujeto y de cómo ya no te gusta que te toque. Confieso que en un principio me parecía una propiedad tuya sobrenatural: poder hablar mientras dormías, incluso lo contaba entre los amigos como algo interesante, añadiéndote, como siempre, más particularidades de las que en realidad debía.
Intenté hallar culpables, empezando por las promesas, les pregunte en donde fue que se extraviaron pero se encogieron de hombros y antes de entrar a la bañera me regresaron el cuestionamiento preguntando donde quedaron las que yo no te cumplí. El orgullo ciego me encontró en la madrugada debajo de la cama y me mostro una a una las causalidades hasta que asumí que en realidad yo te orille: pero hay formas -le dije enojado-.
Ignorarla siempre ha sido la tuya, ¿por qué no lo intentas ahora? –me contesto riéndose fuerte, después me guiño un ojo y desapareció.
Con el pasar de los días he entendido que estaba muy equivocado, sé que terminará pronto pero ni siquiera mencionaré que ya estoy enterado, lo prometo; así que la única particularidad fuera de este mundo será seguirte queriendo a pesar de saberlo.
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