Amoramargo

Siempre admiré que en los años escolares hayas ocupado el cuadro de honor ininterrumpidamente, sobre todo porque mis calificaciones demostraban una falta de interés que en alguna ocasión definiste como temeraria. Me asombraba tu manera pulcra de presentarte ante los demás con el cabello negro inmaculado, incluso en los años últimos, dejando tu esencia en el cinturón de seguridad del auto, perfumando el aire mientras desfilabas por la oficina y todos susurraban tu excelencia. Orillado por  tu creído sutil rechazo en algunas ocasiones jugaba con tu portafolio para sentirte cerca, mejor aún, ataba a mi cuello las mangas de tu abrigo para sentir que volábamos juntos, te imaginaba superhéroe, te deseaba salvador de las ingratas compañías en el patio del colegio. Lamento mucho que nunca pateamos una pelota juntos,  a veces aún siento dolor por los gritos de emoción contenidos en el pecho, gritos que debieron ocupar la sala de juegos y que en cambio fueron sacrificados para dar paso a tu concentración en el estudio. Pero no todo es reproche, aún amo los domingos infaltables en catedral, los esperaba con ansia, era el día único en que me tomabas de la mano mientras comulgabas, mi piel tiene grabada la sensación de la tuya, era el día único en que mi opinión contaba cuando preguntabas que pan dulce deseaba para el desayuno… aún compro en el mismo sitio, extraño a Mary cobrando en la registrador vieja y su cantaleta eterna de que cada día me veía más crecido.

Padre, quise decirte en estas breves líneas de amor amargo que probablemente algún día tendrás un nieto o nieta que preguntará como eras cuando vivías, así que si en algún momento te importará, el secreto de nuestro desaguisado viaje estará bien guardado. Siempre contaré que eres el héroe en mi historia.