Conociendo a la Señora y señorita Carmona (parte 1)

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-Por favor David no hagas ningún ruido. –Me decía con el cuerpo apenas tapado en esa sabana, la adrenalina de ambos se disparaba con cada pisada que estruendosa se acercaba a la habitación. El perro ladraba y en ese momento la voz de Bárbara llamo a la puerta.

-Hija, ven ayúdame con unas cosas por favor!!!.

Daniela, que terminaba de ponerse un vestido, intentaba encajar sus pies en unas sandalias, abrió mesuradamente la puerta mirándome fijamente y con el dedo índice en los labios me suplicaba no hacer ruido. Mis latidos no podían soportarlo, la voz de esa mujer con la que cumplía un par de meses de relación, probablemente estaba a punto de descubrir que su hija, de penas 17 años, y yo habíamos aprovechado su ausencia para desnudarnos en su propia cama y hacernos unos idiotas extasiados de placer.

Fue hace poco más de dos meses, cuando Bárbara y yo coincidimos en un restaurante  en el desayuno, ella con un traje sastre muy entallado y lentes amplios, yo en mi acostumbrado traje oscuro y camisa blanca, nos mirábamos en cada descuido y yo contemplaba su rostro sobrio, un temple maduro y unos ojos claros que me hipnotizaban, su cabello castaño en cola con un cuello perfecto, terminaban en un escote pronunciado a la par de unas tetas grandes y firmes. Su trasero no tan grande pero delicadamente formado, si piel clara y manicure francés me tenían mirándola como loco.

No me di cuenta en qué momento ella no me dejo esquivar su mirada, solo recuerdo que se acercó a mi mesa y se sentó a beber de mi café, su seguridad e inconfundible elegancia me intimidaron por un momento, sin embargo mi destreza me ayudo a llevarla después del desayuno a un motel que se encontraba muy cerca.

Esa aventura simulo no tener importancia para ninguno de los dos, sin embargo, en el desayuno  nuestra cita estaba implícita, la costumbre afianzo una rutina y luego de tres semanas de coger en cada mañana luego del almuerzo, Bárbara sintió prudente llevarme a su casa a tomar una copa.

-Mi hija casi no está en a casa, entonces podremos estar a solas la mayoría del tiempo David. –Me dijo la primera vez que nuestras copas de sauvignon blanc chocaron aquella tarde de viernes.  En aquel sillón enorme y blanco de aquella elegante sala, fue cuando Bárbara llevo hasta nosotros una caja con sus juguetes preferidos, vestida solo en un conjunto de lencería de transparencia negra, me suplico introducir un dilatador anal para prepararse a un encuentro diferente, sus besos y sus caricias me desnudaron, su manera de chupar mi verga era prominente, era un talento asombroso, tanto que anteriores veces, a punto estuve de venirme quedando un poco avergonzado de mi actuar.

Entre gemidos y violentos embates pasábamos las tardes en su casa desnudos escurriendo en sudor, su piel tenia las huellas de cada batalla, su cuello las marcas de mis manos asfixiándola, incluso luego de tres días su piel mostraba relieves de las veces que me pedía azotarla haciéndola someterse ante mí.

-Necesito ser tu puta David. Quiero que me trates como a una cualquiera. –Me decía con la voz sollozando en deseo y con las manos me entregaba un instrumento que le provocara dolor, complacía sus peticiones y ella me recompensaba con algún detalle digno de cada encuentro.

Sin embargo luego de haberme recompensado, simplemente estiraba su mano y me hacía salir de su habitación para que me esfumara en la noche, un sentimiento de zozobra me invadía y justo en la noche en que decidí no volver una luz me llego a la cara.

Bajaba las escaleras y la puerta principal se abría, una chica joven de piernas esplendidas caminaba en una falda corta y unos zapatos altos, su piel delicada y gentil rostro infantil me sonrieron momentáneamente al cruzarme en la estancia, su olor, su cabello claro, y ese culo perfecto me hicieron resistir un poco más aquel frio trato.

Consciente de haber llamado la atención de Daniela me presenté unos minutos antes que lo acostumbrado sabiendo que Bárbara no estaría sola. –Aún no se va Daniela David, pero pasa, no esperes modales de su parte, ella es una pequeña malcriada.

Entre a la casa con un ambiente peculiarmente tenso, Daniela se encontraba en el comedor con su laptop y unos audífonos puestos, pero ella solo me miro con altanería, conversamos unos minutos y luego Daniela tomo unas llaves y salió sin despedirse. –Te lo dije. –Me dijo Bárbara mientras caminaba a una vitrina sacando una botella de vino.

Nuestras copas chocaron una vez más y sentado en el sillón me dejaba absorber por el placer que esa puta mamadora de vergas me daba, mi ropa voló junto a la suya y su cuerpo me cabalgaba con estruendosos gemidos, sus tetas enormes rebotaban en mi cara y sus orgasmos resbalaban en mis huevos, sus gemidos agudos llenaban toda la casa y y solo imaginaba el cuerpo de Daniela desnudo y delicado sobre el mío. Su esencia aún se respiraba en aquella sala entre el calor y los gemidos de su madre.

Fue en ese momento en que percibí que ese aroma no era viejo, si no que era un soplo que traía el aroma tan exquisito desde la puerta de la cocina, abracé a Bárbara y ella me cabalgaba con más ganas, mis ojos buscaban a la hija y la encontraron en la esquina de una pequeña ventanilla, justo en medio de la cocina, Fingí no mirarla y con entusiasmo pedí a bárbara que se acomodara en cuatro sobre ese gran sofá.

De más está decir que hice gala de mis mejores movimientos, trate a su madre como la puta que siempre  me pedía ser sometida haciéndola gritar fuerte, cada que tenía oportunidad miraba hacia esa ventanilla y miraba el rostro de aquella niña mirándonos fijamente, la puerta se abrió en momentos y miraba su silueta completa masturbándose con nuestra actuación, misma que me provocó un morbo intenso que me hizo eyacular sobre el culo y espalda de Bárbara.

Nos despedimos y la madre se retiró a su habitación, quede un momento desnudo en la sala y Bárbara me pidió cerrar al salir, miraba a ver si la silueta aparecía en la ventanilla sin tener algún éxito, me vestí y me dirigí a la salida, sin embargo mi mente no soportaba la idea de ser derrotado, por lo que fui a la cocina a comprobar que ella no estaba, cuál fue mi sorpresa al abrir la puerta y ver a la niña en el rincón de la cocina con las bragas en los tobillos, sus piernas abiertas con tres dedos entrando y saliendo de su vagina empapada, mi reacción fue espontanea, ella cerro la piernas abrazando su mano con sus muslos, me miró fijamente y se mordió los labios, mi verga reventó en una erección y con alta osadía desabroche mi pantalón de un movimiento, saque mi verga que se mostraba firme e hinchada ante sus ojos, me masturbe un par de veces sin despegarle la mirada. Ella abrió las piernas y continuó tocándose, ninguno decía nada solo nos masturbábamos, sintiendo uno estar cogiendo al otro.


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