El Ángel llego al pueblo un martes a las tres en punto, lo detuvieron en un cuartucho que servía como zona de vigilancia. Mientras esperaba la resolución se dedicó a expurgar las alimañas que se le iban acumulando en las alas pero la lluvia empezaba a molestarle, así que pidió permiso para sentarse dentro.
Con gusto –contestó el vigía- pasa, aquí la puta lluvia nunca para. El ángel se sentó y desató sus sandalias, observó minuciosamente el lugar y descubrió que había sido una biblioteca en el pasado. Se dedicó a caminar descalzo, sintió lástima cuando repasó las teorías contenidas en los libros, sobre todo cuando comprobó el desconocimiento sobre la hostilidad de muchas civilizaciones del infinito universo, pensó que de haberlo sabido antes, la última gran guerra no hubiese sido tan desastrosa. Entró a la sala que había fungido como dirección y reconoció en las fotografías de los cuadros las torres de la catedral, también las bancas en el zócalo, las calles… ráfagas de memoria invadieron su mente, salió apresurado, removió algunas laminas que estaban recargadas en la pared… encontró una placa con su nombre, fechada hace muchos años… supo que estaba en casa, entonces su cólera aumento y decidió que era hora de sacudirse el desgano.
Los niños jugaban frente a la biblioteca, indiferentes al agua que, confundida con la sanguaza de los animales acariciaba sus piernas, llamó al más pequeño y le enseñó el relicario, preguntando si la conocía; el niño se hizo el cabellito mojado a un lado, se paró a media calle y con el índice derecho señalo la cantina; sin saberlo, estaba impartiendo sentencia y condena en ese preciso instante; inmediatamente vinieron a su mente las palabras del sacerdote: Estando ahí te convencerás de lo contrario.
La orden del comandante llegó minutos después: permiso para entrar. Algunos soldados quisieron hacerse fotos con el ángel, pero no lo permitió. Mientras caminaba por las calles comprobó los excesos y la violencia, incluso hacía los más desvalidos.
Se dirigió a Los Remedios, la cantina que servía como cortina para que funcionará el burdel, bebió absenta escuchando la parranda de fondo, asqueado y molesto por las moscas que se paraban en su plumaje. Volteaba sin descanso, hasta que descubrió a Julia fregando el piso mientras un soldado la utilizaba como descanso para sus pies; sintió una emoción que solo había tenido siglos atrás, cuando la conoció por primera vez mientras jugaba en la hacienda de su padre. Una ráfaga divina atravesó su pecho, tanto dolor, tanto ir y venir por los mundos para regresar y encontrarla ahí, en el mismo lugar donde la conoció, un lugar que ahora era un miserable reducto de mundo post guerra. Pronunció algunas palabras en voz muy baja y el hombre salió de la cantina dando tumbos, murió devorado por una jauría de perros al día siguiente. Con el pensamiento pidió a la muchacha que dejará el cepillo y se acercará, ella levantó la mirada y pudo ver sus alas tristes, dueñas de un vuelo veloz y poderoso en el pasado; se llevó las manos a la boca, asustada.
Hola, Julia –le dijo el ángel, ella devolvió el saludo y se acercó, quedo maravillada al comprobar que parecía tener fuego en los ojos:
Son bonitos –le dijo-.
¿Podrías acompañarme fuera? –propuso el ángel- es importante.
No sé si me dejen salir ahora mismo –contestó Julia-.
¿Cuánto es? Preguntó el ángel acercándose a la barra, mirando al encargado con desprecio.
Ella no se presta a ese tipo de servicios- contestó el encargado, de mala gana-.
Consciente de la respuesta que obtendría, el ángel sacó de sus ropas 3 monedas de oro y las colocó sobre la mesa; Julia sentía en la mente la paz que él le transmitía, por eso no intentó escapar, como en todas las ocasiones que alguien había querido llevarla al cuarto.
Alcanza para darle el resto del día libre –confirmo el ángel-.
El encargado sonrió cínicamente, mostrando sus dientes bañados en oro, se llevó el índice a la boca: yo no diré nada mi amigo…
Salieron a la calle y se dirigieron a las ruinas de la ciudad vieja, se sentaron bajo el único árbol existente entre toda la basura electrónica, para cubrirse de la lluvia que en ese momento parecía haberse vuelto tímida.
Bien –dijo el ángel, cambiando su actitud completamente, sonriente y sano, como había sido en el pasado, extendiendo las alas para refrescarlas - ahora llega el turno de ellos-.
Julia no tuvo que preguntar quiénes eran ellos porque sabía que se refería a los soldados. Conversaron un largo rato, ella le preguntaba por todos sus familiares que ya habían partido y el asentía con la cabeza cuando estaban en el cielo; cuando habían ido a otro lugar permanecía con los ojos cerrados:
-Comprendo tu tristeza- decía ante las reacciones de ella.
¿Qué te trajo hasta aquí? –Preguntó Julia-
Algún día lo sabrás –contesto él- mientras tanto, necesito de tu ayuda.
Mientras caminaban de regreso le impartió las instrucciones precisas: escoger a todas las familias que considerará dignas, debían marcar cruces blancas alrededor de sus casas. No salir a la calle, escucharán lo que escucharán.
-Sabrán que todo ha terminado cuando el sol vuelva a salir –le confirmó- sé que lo harás bien Julia, ese ha sido tu destino desde siempre.
El Angel dejó a Julia fuera de su casa, después se dirigió a la salida del pueblo. El encargado de la seguridad lo invitó a volver.
Seguro que volveré –le dijo - espero encontrarlo.
Lo esperamos con gusto –respondió el encargado-
Yo no diría lo mismo –contesto el ángel seriamente-.
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