Julia salió a la calle, tocaba las puertas de las personas que, sin saberlo, había escogido desde que estaba en el vientre de su madre, todas ellas acudieron a su patio a las 7 en punto bajo la premisa de rezar un Rosario, para evitar que los militares creyeran un posible intento de alzamiento, al contrario, se burlaban de que la gente aún tuviera fe en ese sitio que ellos mismos habían vuelto inmundo.
-Me lo dijo un Angel- era la respuesta que daba Julia Micaela Santos a cada pregunta, sin importar cual fuera, parecía en estado de trance mientras daba las instrucciones.
Cerca de la medianoche el cielo se encontraba alto y las nubes parecían algodones llenos de hollín, los militares observaban divertidos el pintarrajeo de cruces, continuaban emborrachándose, sumergidos en el limbo de la perdición, bañados en el jugo de su propia impureza, no así los generales, ellos se sintieron intimidados y decidieron encuartelar a toda la tropa.
Previsibles –pensó el Angel al llegar al pueblo, miró a su alrededor negando con la cabeza; se inclinó y retiró la manta que cubría su cabeza, con sus dedos trazó signos geométricos en la tierra húmeda, mientras lo hacía cantaba muy bajito, entretenido.
Es todo –dijo para sí mismo al terminar. A lo lejos observó la figura que se acercaba, tal como se lo había indicado, Julia con un vestido blanco, el cabello recién lavado y las manos sumergidas en la pintura con la que pinto las cruces de su casa.
-Ahora se acabará el dolor de estas personas- le dijo al recibirla. Se tomaron de las manos y oraron sin pronunciar palabra, guiados por Él creador. Una bruma intensa cubrió el pueblo, bruma llena de ruidos y lamentos que asustaban a los perros, un rayo cayó en las caballerizas de la hidroeléctrica y empezó un incendio que hizo escapar a los inocentes animales, los carros de fuego empezaron a aparecer en el cielo, no había duda, Él espíritu del Señor estaba con el Angel.
¡Padre! –Gritó mirando al cielo- he aquí la ignominia que te expongo, aquí los culpables que necesitas, Padre… aquí el amor que alguna vez me volvió ingrato ante tus inmaculados ojos.
La tierra se cimbró, un ruido ensordecedor, como el lamento de una locomotora descarrilada abarco todo el pueblo y visitó una a una las casas de aquellos que no eran dignos de pintar cruces blancas en sus hogares, aún en aquellos de los que fueron advertidos pero no quisieron creer, un ruido que los quemaba por dentro, los consumía, un ruido como espinas de maguey clavándose en sus intestinos…
Las muchachitas del burdel no sufrieron la condena por petición del ángel, a ellas se les perdono el no poder protegerse, los habitantes elegidos por Julia dormían a esa hora, tranquilos, inmunes al ruido, en paz por primera vez en muchos años.
Julia contemplaba todo en completa calma, en un tránsito espiritual sin retorno, inconmovible…
En el monte, allá donde estaba la génesis del mal del pueblo, el ángel exterminador consumió todo con más furia, con complacencia, con severidad, para el cuartel militar dejó el carro de fuego más grande, como un infierno sonoro, los gritos del batallón no eran oídos en lo alto del cielo…
Una noche bastó para desaparecer doce años de miseria.
Al amanecer el ángel bajo del cerro, cansado pero satisfecho, reconfortado… sus alas recuperaron el esplendor que tuvieron en alguna ocasión, se limpiaron completamente y su rostro volvió a brillar. Los carros de fuego desaparecieron y el cielo se volvió diáfano, el aire limpio.
Julia despertó en medio de la plaza de armas, vio los pies del ser que había venido a causar el caos, alzó la mirada y se encontró con una sonrisa que le parecía familiar, como si estuviese incrustada en alguna memoria perdida en el tiempo.
-Ahora me voy, niña –dijo el Angel acariciando su cabello, arrancó una de sus plumas y la enterró en el suelo:
Ahora la tierra será sana nuevamente, ahora podrán ser felices y los niños correrán tranquilamente, todo pecado cometido en soles pasados esta perdonado, incluidos los nuestros.
¿Cuál es tu nombre? –Preguntó Julia-.
Sé que en algún lugar intangible y etéreo del espacio tiempo reservaste un puñado de fuerzas exclusivamente para mí, para ayudarme en los momentos bajos, aunque no podía verlas, siempre estuve seguro de no estar solo. Gracias por rescatarme, juro que no hubo un día en que no te extrañará. Respecto a tu pregunta, probablemente esto pueda ayudar –le contesto él, después le mostró su foto en el relicario.
La memoria antigua que habitaba en el interior de Julia subió hasta su mente, sintió un nudo en la garganta y sus ojos lloraron involuntariamente: prometiste que vendrías –dijo acariciando su mejilla, mirándolo a los ojos-.
Hasta el día en que el mundo entero sufra lo que ha pasado en este pueblo siempre serás Julia –respondió Alejandro- digna de retablo en la iglesia, digna de infinitas novenas cuando mueras, salvadora de pueblos y de ángeles.
Siempre serás mi Julia.
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