Me senté en la orilla de la cama y la observe a través del reflejo en el espejo, pintándose los labios de un carmín intenso, con la coquetería fina que le vino de nacimiento.
Me miró atenta, sonrío sinceramente y disparó:
Bueno… ahora que se ha acabado esto, dime amor; después de todo el desbarajuste ¿qué crees que nos faltó?
Yo hubiese querido cumplirte algunas promesas –le dije- navegar por los límites del tiempo, descubrir cómo llegamos hasta aquí, de dónde venimos, a dónde vamos, trascender hacía algo cósmico…
Luego, con mi estupidez habitual intenté seguir el juego y me atreví a preguntarle: ¿Qué crees tú?
¿No adivinas? –Me contesto dando la vuelta – es tal vez innecesario, pero por poner algunos ejemplos me hubiese bastado con recostarme un segundo detrás de tú espalda, escuchar tú voz pronunciando mi nombre, comernos todos los pasteles de los aniversarios que se nos olvidaron, aunque aquí tienes una ventaja, puedes ocupar las velas que nunca les pusimos si algún día te cortan la luz… es más fácil aún amor, a mí me hubiese bastado con qué cada mañana al despertar me hubieses regalado un te quiero.
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