Quedan dos personas. ¡Dios mío! Tan solo dos. Y aun no tengo nada claro cual será mi decisión. Veo a la gente ante mi segura. Decidida. Triunfante ante su elección. Una sonrisa curva ligeramente su rostro, conscientes de que han acertado. Sus ojos observan con ansia el maná que pronto llegará mientras su boca se aproxima presta a devorar de múltiples maneras aquel delicioso manjar helado. Yo continuo sin tener ni idea del sabor que me abra las puertas al placer exquisito que el resto de los mortales parece fácilmente atinar. Una persona ya tan solo. Señor, ayúdame por favor. Coco y menta con chocolate. No. No. Sé que no funcionará. Pero me apetece. Me relamo al imaginar su textura rozando mis labios e invadiendo mi boca. Pero cuantas veces creí lo mismo. Cuantas veces la expectación dio paso a la más profunda decepción y a esa frase tantas veces repetida por mí: “creo que no era esto lo que quería”. Me toca. Al fin llego ese momento. La chica me mira con una sonrisa genuina. Desea de verdad darme un producto que me haga feliz, que me transporte por unos minutos al menos a islas tropicales o a fríos parajes helados de sabores inciertos.
¿Cuantas bolas? ¡Dos! Eso sí. Dos bolas. Siempre. Sin dudar. Seguro. Firme. ¿Porque el resto se transforma en una pequeña agonía de duda e indecisión? ¿Sabores?Este es el instante. Aquí está. Inmisericorde. Miro el mostrador de lado a lado. Un felino buscando su presa. Pero esta huye continuamente. Vainilla. Sí, sí. Ya tengo uno. La vainilla nunca falla. Clásica. Quizás un tanto aburrida. Pero combina bien. Y me gusta. Vainilla. Pero su acompañante no llega. Se escurre entre trozos de melón, fresa y plátano.
Vainilla y....La preposición queda flotando durante unos segundos buscando un sustantivo adecuado que cierre el círculo. Que complete el ritual. Y finalmente lo digo, sin convicción, pero deseando ya acabar con esa angustia que acaba de poseerme por completo.
- Crema de yogurt al licor.
Y entonces soy consciente de mi gran equivocación. La suerte está echada al igual que las bolas. Pago y recojo lo que tenía que ser un deleite para el paladar. Pero no. Nuevamente fallé. ¿porque crema de yogurt? ¿al licor? ¿con vainilla? ¡Oh dios mío! Me alejo del establecimiento contemplando el pequeño vaso con sus dos gélidas montañas esperando la abrupta embestida de mi boca sobre ellas. Quizás haya una remota esperanza. La mezcla podría funcionar. Mi inconsciente me dice que no. Me atormenta silenciosamente gritando “eso no es lo que querías”. Podría equivocarse. La vainilla me gusta. al yogurt con el tiempo le he ido cogiendo cierto cariño. El licor... pues sí. Pero no. no. Acerco el improbable tesoro a mis labios. Primero un sabor. Luego el otro. Mejor no mezclar al principio. Bueno no está tan mal. La vainilla está realmente buena. La crema al licor... quizás no era lo que esperaba. Entonces las texturas se van fusionando. La vainilla se impregna de licor. El yogurt adquiere un todo amarillento y todo el poder de la entropía estalla dentro de aquel diminuto recipiente de plástico. Insisto en el empeño. No. Es inútil. Paseo mi lengua un par de veces más sobre el helado. Desisto. A unos pocos metros veo la papelera. Me acerco a ella aun cuando voy tan solo por la mitad. Arrojo esa desastrosa y gélida masa bañada en alcohol. Fin. Pronto lo volveré a intentar. Estamos en verano. Tengo algo a mi favor. Una combinación menos a elegir. Una más. Pero un temor recorre mi pensamiento. Con el tiempo he ido olvidando errores pasados. Son demasiados. Quizás, solo quizás, esta fatídica mezcla ya fue probada anteriormente. Dios, no. Por favor.
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