Cruzó las piernas. Notó que el sudor empezaba a invadirla y cambió por enésima vez de postura. Ya no sabía cómo aguantar aquella tensión que a cada minuto aumentaba, se acercaba el momento.
Tenía las mejillas sonrosadas desde que se subió al tren y en todo el trayecto no había sido capaz de pensar nada coherente. Dos meses después iba a volver a aquel hombre que le hacía sentir tan frágil como una mosca en la boca de un lagarto. No sabía por qué ese empeño en mantenerlo en su vida si aquella extraña relación no avanzaba a ningún punto.
Durante esos años, ambos habían vivido historias separadas con encuentros casuales siempre que la distancia les permitía hacerlo, y todo apuntaba a que iba a seguir siendo así. Nada cambiaría ni ellos lo querían.
Subió las escaleras de la estación a paso ligero. Era de noche y llovía pero no parecía importarle, las gotitas de agua la reconfortaban.
Al otro lado de la acera advirtió a un hombre con capucha fumando las últimas caladas de su cigarrillo. Clavó la mirada en ella y echó a andar.
Cuando tan solo estaban a unos centímetros lo miró a los ojos, seguían desprendiendo esa sensualidad que tanto le fascinaba. Antes de que iniciara algún movimiento, la abrazó fuertemente. Notó su respiración agitada y aquel olor suyo a tinta tan embriagador.
Era feliz.
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