UNA CARTA SINGULAR

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A Carlos Pérez que era un hombre de cincuenta y seis años de edad que trabajaba de administrativo en una agencia de publicidad, ésta lo destino durante un año a Valencia que era una región del Este de España con su mujer y su hijo menor de edad, para ayudar a organizar los asuntos de su competencia en una filial que había inaugurado allí.

Por esta razón él había ido al domicilio de su familia materna para despedirse de ella, en el que coincidió con su sobrina Clara, que era una risueña mujer de treinta años con quien solía dialogar a menudo.

Pero en aquella ocasión a pesar de que entre ambos había una buena armonía la joven por asociación de ideas; pues de una cosa iba a la otra, de un modo bastante frívolo le vino con unos juicios de valor, con unos comentarios peyorativos acerca de la manera de ser de su generación  que al hombre le contrariaron grandemente, y le hicieron dudar del aprecio que su sobrina le pudiera tener. Incluso era posible que la simpatía que ella parecía sentir por su pariente fuese más ficticia, más aparente, que real. Daba la impresión de que a Clara no le gustaba su pariente y ahora se le ponía en evidencia.

- Sí, sí tío Carlos. No me negarás que vosotros, los de tu generación parecéis que sois de la Edad Media. Y cuando habláis no concretais nada. Daís demasiados rodeos para decir una cosa sencilla. ¡Jajaja! - rió ella-. Pero lo peor de todo es que los hombres os pensaís sois los reyes del hogar, y que las mujeres tenemos que estar a vuestra disposición cuando esto no es así. Yo juraría que tú no colaboras en los trabajos de tu casa, y todo se lo dejas para tu mujer. ¿A que sí? - le dijo a su tío.

Carlos no entendía el por qué su sobrina le atacaba con aquellas observaciones feministas que estaban fuera de lugar, cuando ella nunca había tenido ningún problema con los hombres, y vivía muy feliz con su pareja masculina.

- Bueno. Tal vez yo no sea perfecto. Pero has de reconocer que yo siempre te he querido, y por eso me gustaría que cuando yo esté en Valencia que de vez en cuando me mandes un correo electrónico a modo de carta, y me informes de cómo va todo por aquí, y qué tal te va a ti.

- ¡Ah sí, claro! Eso está hecho - convino Clara un poco a la ligera.

Los días que siguieron a aquella visita de Carlos a sus allegados, como es de suponer éste estuvo muy atareado con los preparativos del viaje hacia aquella región, y cuando por fin al cabo de unas semanas de residir allí, y haber tomado posesión de su cargo en la filial de su empresa, el administrativo recbió en su ordenador un mensaje en forma de misiva de su sobrina Clara.

Sin embargo Carlos quedó gratamente sorprendido porque no se esperaba una carta como aquella.

Su sobrina Clara a diferencia de la última vez que la vio, se mostrtaba con una sinceridad inusitada; se expresaba con el corazón en la mano, y además tenía una agudeza de criterio extraordinaria sobre lo que la rodeaba. Era como otra Clara más auténtica y que a lo mejor Carlos no la volvería a encontrar.

Evidentemente Clara pertenecía a un estilo de vida diferente al de sus progenitores. No le interesaban ya los viejos rituales ni religiosos ni de ninguna clase los cuales habían conmovido a los mismos, y que venían a formar parte de un lenguaje grandilocuente que con el tiempo había perdido su efectividad. En cambio sí que Clara aceptaba sin reservas la solidaridad humana con los más desfavorecidos ya que aquello formaba parte de un sentido de la Ética que estaba muy arraigado en su sensibilidad, y que sin ninguna duda era un reflejo de una positiva globalozación.

Asimismo esta concepción ética de la vida se canalizaba en la práctica en relación con su trabajo diario, puesto que para que una gestión en su empresa estuviese bien hecha, se precisaba la colaboración de un grupo bien cohesionado, dado que los diferentes puntos de vista, de perspectiva de unos y otros a pesar de las discusiones que pudieran surgir, contribuían a los mejores resultados de dicho quehacer.

Por otro lado Clara como todas las mujeres de todas las épocas, seguía admirando al "héroe"; al sujeto osado y valiente que con sus conocimientos se embarcaba en un complicado proyecto, luchaba, desafiaba a los obstáculos y salía adelante. Pero claro que a mucha distancia de los viejos héroes de otros ancestrales tiempos, o de los que aparecen en situaciones extremas, ella se decantaba por el luchador que se desenvolvía en un contexto mercantilista que es el que impera en nuestra sociedad, y que en realidad era una traspolación idealizada de su padre que era un alto ejecutivo economista de una multinacional. Pues es evidente que el contacto afectivo de un padre hacia su hijo, hace que éste le de un significado determinado a su vida.

Para Carlos aquella singular carta le revelaba que las personas cuando escriben transmiten su más genuina manera de pensar y de sentir, por lo que en esencia son y pueden ser mejores de lo que aparentan ser frente a los demás. ¿Es que hay miedo de actuar con sinceridad?

Este mismo teatro social está intoxicado por falsos y nefastos clichés llenos de prejuicios ideológicos surgidos de las instituciones políticas, o religiosas los cuales dividen más que unen a la población y que nos alejan de quienes somos en realidad. A su vez estos clichés están impartidos reiteradamente a través de los medios de comunicación como si de dardos se tratara, colándose así irremisiblemente en el inconsciente colectivo de la gente y enrareciendo la cordialidad social.  En una palabra estamos peligrosamente manipulados por viejos tópicos que nada tienen que ver en la intrínsica realidad humana de cada cual, y no somos tan libres como nos imaginamos ser.

Si Clara desde un principio se hubiese mostrado tan honesta con su tío Carlos como en la carta que le envió sin las agresivas interferencias de los clichés feministas con que le atacó poco antes de marcharse a Valencia, éste no se hubiese sentido tan confuso, y la relación con ella hubiese ido mucho mejor.

 

 


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