Nadie sabe cuándo nació porque su historia es aborrecida, fue borrada como la de algunos faraones, los libros de historia con su nombre se quemaron en la hoguera más grande del mundo. Se cuenta que su espíritu fue guerrero desde el vientre, sobrevivió a más de treinta artimañas abortivas proporcionadas por una abuela que lo odiaba; su madre, en cambio, sentía un amor profundo por él desde la primera interrupción de los sangrados. Era fruto del amorío con un hombre casado, una vergüenza pública.
Los relatos legendarios lo describen como un hombre de dos metros de altura que padecía sustos nocturnos, cuando murió se descubrieron decenas de estampillas con iconografía religiosa bajo sus almohadas, frente a los demás era un ser amable que gustaba de la guerra.
Cuando se volvió regente decretó que la ciudad se amurallara por completo y emprendió su primer campaña militar para separarla del país al que pertenecía, todos los que no nacieron ahí fueron expulsados definitivamente, sus tierras y propiedades fueron pagadas y pasaron a ser parte de aquellos que no tuvieran un hogar, los ricos nunca tuvieron oportunidad ante sus ojos y los delincuentes huyeron ante la persecución exhaustiva de su ejército tecnológico.
Todo funcionaba con cordialidad, la ciudad prosperaba a pasos agigantados y la expansión se volvió el siguiente logro, su dominio salió de las murallas pronto y conquisto toda la nación, después el continente, cruzó el océano y derrumbo el imperio Euroasiático en veintidós horas, sin tregua y sin revancha. Contaba apenas con veinticuatro años.
Herido por un arma de plasma bajo un domingo a curarse en los manantiales, encontró a la hija de uno de sus sirvientes bañándose a la luz de la luna en la madrugada y descubrió el amor. La cortejo como el mejor de los pretendientes, sin sacar ventaja de su posición y ella se enamoró por las muestras de ternura que podía dar un hombre tan mitificado. Los festejos de boda duraron un mes entero, la declaró reina de las tierras del norte continental y por gusto puso la luna a su nombre.
Con el paso del tiempo el insomnio se volvió insoportable, ella lo encontraba recostado en sus tobillos mirándola fijamente; confundido buscó la interpretación de sus pesadillas en las artes adivinatorias de los asientos del café y el resultado no fue bueno, encolerizado derrumbo los satélites para protegerse del exterior; el ataque de furia fue largo, no se dio cuenta del momento en que empezó a reducir el mundo a escombros con sus embates nucleares.
Cansada del encierro y las excusas ella pidió ir a los jardines del norte, había escuchado los rumores de la barbarie pero se resistía a creerlo, después de tres días de preparativos por fin salieron, triste y conmovida contempló que no quedaba nada a su alrededor.
Quería limpiar el mundo para ti –le dijo el-.
No te impediría que te mueras en este momento –replico ella ofuscada-
A él le temblaban las piernas y le pidió razones.
Razones no existen -confirmó ella mirándolo a los ojos, con la voz entrecortada- existen necesidades, y que te mueras ahora mismo se antoja una de ellas.
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