El argentino (1)

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Picado por la curiosidad después del Campeonato Mundial de Fútbol, en la primera semana de vacaciones que tuve me fui a Islandia. Usando la Internet alquilé un departamento en el sótano de una casa. La dueña, que parecía tener unos 45 años, quince más que yo, vivía allí sola. Cuando su hija iba a visitarla compartían la planta alta de la casa. Las dos habían aprendido español en España, donde habían vivido por un año.

Dos días antes de arribar a Reykjavik recibí un email de la propietaria, Margrèt. Su madre había enfermado y debía ausentarse. Un vecino tendría una llave para mí y encendería la calefacción en el departamento. Asimismo me avisaba que su hija llegaría un día después que yo y se quedaría dos días. Ella regresaría antes de que la hija se fuera.

Todo funcionó correctamente. El vecino me entregó la llave de la casa y el departamento estaba cómodamente calefaccionado. Al día siguiente de llegar comencé a visitar lugares de la ciudad que había investigado por Internet.

Cuando volví a la casa a la tarde del segundo día me encontré con la hija, Rakel, una rubia de ojos azules de contextura física impecable. Parecía sacada de los avisos publicitarios de Islandia. Calculé un par de años más joven que yo. Me duché y me reuní con ella en el living. Rakel había encendido un gran fuego en el hogar.

- Hablo el español que aprendí en España, Felipe, pero sé que el de los argentinos es diferente. – dijo, después de contestar mi pregunta sobre la salud de su abuela.

- Sí. – le respondí – Los argentinos acentuamos los verbos diferentemente y también algunas palabras son bien locales, desconocidas en España.

- Ah, que interesante. – dijo – Por ejemplo, ¿qué palabras usan para cosas sexuales? – preguntó, sorprendiéndome totalmente.

- ¿Qué palabras te gustaría aprender? – le pregunté riéndome.

- Empecemos con las diferentes formas de llamar a los órganos sexuales masculinos y femeninos.

- Para el masculino…

- Espera, espera, quiero tomar notas – me dijo – y se fue a la cocina. Regresó con papel y lápiz. Ya había analizado sus tetas mientras conversábamos pero su viaje fue una oportunidad para apreciar totalmente la excelencia de su cola. Pensé que cogérmela sería fabuloso. Tal vez esta conversación me facilitaría ese objetivo.

- Continua – dijo, una vez que estuvo en el sillón nuevamente.

- Al órgano sexual masculino lo llamamos verga, pija, poronga, choto y chota, además del formal pene. Al femenino, concha y cachucha, además de vagina y vulva.

- ¿Y el trasero? – preguntó golpeándose la nalga derecha como referencia.

- Cola, culo, trasero, ojete.

- ¿Cómo llaman al sexo oral? – me preguntó.

- El mismo verbo: chupar. Pero la conjugación es diferente. En Argentina decimos chupáme la pija, chupáme la concha o cualquiera de los sinónimos.

- ¿Y cómo llaman en Argentina al acto sexual?

- Coger es el verbo pero en lugar de conjugarlo cógeme, decimos cogéme. También usamos garchar.

- Estoy tomando notas para después practicar y recordar.

Tenía ganas de preguntarle con quién iba a practicar, pero me contuve, para mantener en pie la esperanza de que fuera conmigo.

- Los españoles usan braga. ¿Y ustedes?

- Bombacha – le respondí – pero si es de las pequeñitas que solo tapan la concha es una tanga.

- ¿Y qué palabras usan para el sexo anal?

- Hacéme el culito o el chiquito o rompéme el culito. – le indiqué.

- Otra cosa: ¿cómo le dicen al tener un orgasmo? – inquirió – Los españoles usan venir y correr.

- Para nosotros es acabar o terminar.

- Entiendo, entiendo. – dijo Rakel. – O sea que si digo… – y se tomó unos segundos para mirar su papelito – quiero chuparte la pija, entiendes lo que quiero decir.

Mirar a tremenda yegua pronunciando esas palabras me estaban excitando como claramente mostraba el bulto creciente en mi pantalón. Después de unos segundos pude articular la respuesta.

- Totalmente.

- Y si digo, chupáme la concha, también entiendes.

- Sí, por supuesto.

Rakel me miró y dijo:

- Eres muy guapo, Felipe. Quiero chuparte la pija y después chupáme la concha.

Creí que estaba soñando hasta que Rakel se paró y con un rápido movimiento se sacó el short y luego la tanga roja.

- Ya vi que esta conversación te excitó – me dijo – así que déjame que chupe tu pija primero. – Comenzó a sacarme la verga y no opuse resistencia, desde luego. La erección que tenía quedó expuesta después que la islandesa me bajara el cierre de mis pantalones y extrajera mi verga. Estaba tan excitado, mi poronga tan dura, que tuve que desabrochar mis pantalones para que pudiera completar la maniobra.

No bien quedó expuesto mi miembro, Rakel se arrodilló frente a mí y luego de unos cuantos lengüetazos se metió mi verga en la boca. Por la forma en que me la chupaba supe que no era la primera vez que lo hacía. Enredé mis dedos en sus cabellos casi blancos y la ayudé a que se tragara mi poronga. Después de unas cuantas chupadas la interrumpí para sacarme los pantalones y la camisa y ella aprovechó para desnudarse completamente. Como había apreciado,  tenía dos tetas de buen tamaño que ya mostraban pezones excitados. Quedó también a la vista su concha depilada solo parcialmente. Una V indicaba la ubicación de su sexo. Aproveché para que practicara un poco más mi idioma:

- Ahora es mi turno: te voy a chupar la concha – le dije. Rakel se recostó en el sillón y abrió sus piernas. Comenzó a acariciarse el clítoris y, seguramente para practicar, me dijo:

- Chupáme la concha.

- Buena conjugación – le dije.

Acto seguido, zambullí mi cabeza entre sus piernas. Mi primer lengüetazo a su orificio me permitió probar lo salado de sus jugos, que ya estaban fluyendo. Pude ver que su clítoris clamaba por mis cuidados así que me ocupé del mismo. Con los jugos de su vagina me mojé el dedo mayor de mi mano derecha y se lo introduje en la vulva a manera de pene. Sus gemidos me indicaban que estaba gozando lindo. Con una mano me ocupaba de pellizcar alternativamente sus dos pezones enhiestos y de vez en cuando me ocupaba de mi verga para mantenerla dura.

Cuando comprendí que los dos estábamos listos para algo más, le dije:

- Te voy a coger, Rakel.

- A ver cómo te comportás, argentino – me dijo.

Me salivé la pija y de rodillas como estaba, le penetré la concha. Tal vez lo hice muy rápido porque su gemido tenía mezclado un poco de dolor. Pero ya la tenía adentro completamente. Empecé a moverla dentro de su vagina y sus ojos y caricias me indicaron que estaba gozando. Cuando acabó, las piernas se le cubrieron de piel de gallina.

- Arrodilláte en la alfombra. - le pedí. Le metí mi endurecida pija desde atrás gozando cada milímetro que profundizaba en su vagina. Mis manos masajeaban su soberbio culo.

Eyaculé intensamente después de unas cuantas bombeadas. Antes de vaciarme, saqué mi verga de su concha y Rakel la tomó con sus manos. Me masturbó y la chupó hasta que ya no salió más semen.

- Eres sabroso. – dijo.

Después de la cena, otra cogida. Definitivamente, la estaba pasando bien.

(continuará)

 


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