EL MISTERIO DE LA VIDA 1
Por franciscomiralles
Enviado el 16/03/2019, clasificado en Fantasía
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Me llamo Rafael Peña, y soy un hombre de treinta años de edad con una gran vitalidad, y trabajo en un importante Banco de Barcelona. Pero como aimismo me encanta el sol y la playa aprovecho las vacaciones de verano para ir unos días a los pintorescos pueblos de la Costa repletos de paradisiácas calas con un mar de color azul- esmeralda a recrearme en ellas, y sobre todo a ligar sin ningún problema con las magníficas turistas de todas las nacionalidades, que a diferencia de mis compatriotas desan pasarlo tan bien como yo.
Mas aquel verano del año 1970 dicidí ir a pasar una semana a Sitges que es una ciudad costera de Cataluña, al sudeste de Barcelona rodeada del montañoso parque natural del Garraf que es conocida por sus hermosas playas mediterráneas y su paseo marítimo bordeado de majestuosas mansiones.
Una vez que hube llegado a dicho lugar, y me hube aposentado en un bonito hotel fui a almorzar a un típico restaurante; pero por la noche me adentré en un espacioso PUB que estaba situado en una de las intrincadas calles de aquella localidad en el que abundaban toda suerte de ninfas de todos los países europeos y de América.
Así que con toda la naturalidad del mundo me acomodé en una mesa redonda en la que había una estupenda mujer rubia de ojos verdes llamada Mónica que era canadiense. Junto a ella había un hombre que tendría mi misma edad que iba acompañado de una mujer morena, el cual respondía al nombre de Pablo y daba la impresión de ser bastante cordial.
Así que empezamos a hablar entre todos de un modo informal de nimiedades, hasta que Pablo que según él era un periodista que trabajaba para un periódico local de la comarca dijo:
- Mi compañera y yo mañana nos vamos a Jafra, que es un misterioso pueblo abandonado de esta misma zona, porque vamos a hacer una crónica de las cosas raras que pasan allí.
- ¿De veras? ¿Qué ocurre en este pueblo? - inquirí curioso.
- Bueno. Se cuenta que hace casi un siglo que una familia de origen austriaco y con mucho dinero, se mudó a una Masía (caserío) avandonada y alejada del pueblo - explicó Pablo-. La familia no era sociable por lo que no se rlacionaba con nadie. Al parecer los hijos sufrían una rara enfermedad en la piel. Entonces la madre dio a luz a una niña a la que le pusieron el nombrre de Melinda, pero la madre murió en el parto. En suma. cuando la niña cumplió los seis años, y como su padre la maltrataba, ella huyó al jardin de la casa y se cayó a un pozo que había allí. Ahora se corre la voz que una niña se aparece en las endiabladas curvas del Garraf para guiar a los conductores de coches que pasan por aquel tramo.
-¡Huy, esto me suena a leyenda y nada más! - exclamé riendo.
- Claro. Parece una película de terror - convino Pablo-. Pero no olvides que en toda leyenda siempre hay algo de verdad, y nosotros nos proponemos en averiguar lo que hay de cierto.
- Muy bien, chicos. Espero que tengáis suerte.
Enseguida la canadiese y yo empezamos a intimar. La joven era una puericultora que había oído hablar del buen clima de mi país, y de la simpatía de la gente por lo que estaba dispuesta a pasarlo en grande, y como no, yo se lo iba a facilitar.
Al día siguiente Mónica y yo nos pasamos la mañana en la playa, y luego la invité a almorzar a un restaurante del paseo marítimo que era especialista en cocinar sabrosas paellas de arroz valenciano. Y por la tarde fuimos a dar una vuelta por las inmediaciones del pueblo mientras nos contábamos nuestras vidas; yo con un deficiente inglés que había estudiado en una escuela de idiomas.
Pero lo mejor de todo fue por la noche, ya que nos desplazamos a un rincón oculto de la playa, e hicimos el amor bajo la luz de la luna llena la cual con su luz rielaba el mar abriendo un camino dorado que conducía hacia el infinito lleno de expectativas vitales. Seguidamente nos bañamos desnudos y posteriormente regresamos a nuestros respectivos hoteles, con la promesa de volvernos a ver.
Pasé una semana excepcional con Mónica, hasta que tuve que regresar a Barcelona para reincorporarme de nuevo a mi trabajo, y durante aquella lúminosa relación con ella no me acordé en absoluto de la historia fantástica que me contó Pablo aquella primera noche.
Sin embargo cuando el atardecer del domingo iba con mi coche por las tan enrevesadas como peligrosas curvas de la carretera del Garraf de camino hacia mi ciudad, me ocurrió algo que se me hace muy difícil de asimilar y que trastocó el mundo material y hedonista en el que estaba inmerso.
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