EL MISTERIO DE LA VIDA 2
Por franciscomiralles
Enviado el 16/03/2019, clasificado en Fantasía
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Evidentemente no me topé con Melinda, aquella desgraciada niña de la casa maldita. En su lugar, en un ángulo determinado de la carretera vislumbré a un hombre de mediana edad; algo hirático que con toda seguridad hacía auto-stop.
Detuve el vehículo junto a aquel sujeto, y sacando la cabeza por la ventanilla le pregunté:
- ¿Adónde va?
- Tengo que ir a Barcelona, porque tengo un asunto urgente que resolver - respondió el tipo escuetamente.
- Bueno... Suba - le invité.
El hombre en cuestión era de cabello entrecano; y observé que llevaba un traje algo pasado de moda.
Durante el trayecto el hombre lejos de establecer un diálogo y de darme las gracias por haberlo recogido en la carretera daba la impresión de estar ausente. Pues miraba hacia el infinito en un espeso silencio.
- Me llamo Rafael Peña - le dije a modo de presentación para romper el hielo.
- Ah. Tanto gusto. Yo me llamo Arturo Pérez.
- ¿Es que su coche ha tenido alguna avería? - indagué
- Algo parecido.
- Yo vengo de pasar una semana de vacaciones en Sitges. Siempre voy a lugares de la Costa a airearme un poco, fuera de la gran ciudad. Es que en mi vida siempre he trabajado como un burro. Estudiaba Económicas, y a la vez trabajaba. Y creo que me merezco pasármelo bien ¿no cree? - le conté a mi acompañante.
- En esta vida para obtener el éxito hay que hacer un gran esfuerzo - dijo el hombre lacónicamente.
- Ya. ¿Y dice usted que tiene que resolver un asunto urgente?
- Sí - expresó impávido sin dirigirme ni una sola mirada. Por lo visto era un tipo estirado, antipático que no inspiraba confianza alguna.
- ¿Y por qué estaba en la carretera? ¿Es que había tenido que hacer alguna gestión en Sitges o por esta zona y se le ha estropeado el coche? - quise saber ya un poco picado.
- Sí... Pero usted pregunta demasiado - dijo con voz queda.
Seguidamente tuve que virar el vehículo con precaución porque se avecinaba una curva cerrada. Mas grande fue mi sorpresa cuando al querer volver a dirigirme a mi pasajero, éste había desaparecido misteriosamente del vehículo sin dejar rastro.
Alarmado y pensando que se trataba de un tío loco que había saltado del coche en marcha, me detuve en un recodo de la carretera, me apeé del auto y oteé con la mirada en todas direcciones a ver si daba con aquel hombre. Pero no había señales por ningún lado de él. ¿Qué había sucedido? ¿Acaso estaba yo soñando?
Como pueda imaginar el lector, quedé sumido en un profundo estupor, y volví a reemprender mi camino sin dejar de preguntarme qué había pasado. Tan asustado estaba que me dirigí a un bar que había en aquella zona del Garraf a tomar una copa de coñac.
Tan pronto como me adentré en el local y me hubieron servido dicha copa de coñac tuve necesidad de contarle lo sucedido a alguien, por lo que hablé con el camarero que era a quien tenía más a mano.
Le expliqué detalladamente lo que me había sucedido, pero éste me sonrió de un modo significativo.
- Quizás piense que estoy loco. Pero le juro que lo que le cuento es verdad -dije.
- No es usted el primero al que le ocurre ese caso tan curioso, ni será el último - respondió el camarero-. Hace cinco años que en el lugar en el que se ha encontrado con este tal Arturo Pérez hubo un fatal accidente de coche en el que murió el conductor cuya descripción física coincide con la que usted me ha dado, el cual al parecer era un importante hombre de negocios que viajaba con su amante que también murió. Lo que usted ha visto ha sido el espectro del negociante que se ha quedado atrapado en este mundo.
-¡Pero esto es increíble! La Ciencia dice que estas cosas no pasan - arguí sin dar crédito a lo que me contaban.
- La Ciencia es muy cauta, señor - intervino uno de los clientes bastante joven que tomaba una taza de café-. Si miraran nuestro cuerpo con un microscopio electrónico, se verían las moléculas, luego las células, a continuación los átomos, y por último las partículas elementales. Todos somos energía al igual que las estrellas. Es muy posible que el cuerpo energético de ese tal Arturo Pérez; su fantasma, todavía esté rondando por aquí y le haya hecho una mala pasada.
Desde aquel día mi concepción de las creencias cambió radicalmente, pero yo volví a pasar las vacaciones estivales en Sitges por lo que pueda pasar, y ahora me desplazo a la Costa Brava donde también me lo paso bien.
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