Así aconteció...
Cargaba mil días cultivando mis recuerdos,
en los reflejos del lago, cuando cené nubes.
En el aire gris: Sembré unas espinas de hielo,
con humo, y ceniza, que fuese fresca flama.
Cansado, subí las manos sobre aquel cielo,
amarillo: Desnudé las abundantes razones,
del suelo. Y quedé hecho trizas siempre,
al ignorar el tiempo creador, del espacio.
¡Nunca soñé tan despierto!.
Sentado, vino el camino de agujas, con anhelos,
inundado de ausencias ardiendo, en la piel,
líquido acero y miel perfumada con espadas,
de tinta, y ausente la inmensa ignorancia,
con su niebla devoraba luz lenta.
Después ninguno fue igual en mis ojos,
hechos de platos, con sabor hambre,
con la sangre seca, de gruesos huecos,
entre las pestañas, latiendo impalpable,
una rota campana era sepultada.
Todo eso abrió una caverna, cegadora,
la luz servía de sombra enorme,
con el pañuelo en su boca briosa,
una lágrima temblorosa se secaba,
el barniz de fruta silencia, ese día.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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