Entrelazamos ese equilibrio que nos presupone en camino hacia la felicidad. Nos presentamos a ella de vez en cuanto, y, entonces, sentimos que nos hemos dicho todo.
Con esa óptica, le pregunto a un niño qué es el toreo. Lo hago en mitad de una fiesta flamenca. Me contesta, pese a su edad, con una aseveración sorprendente: "gala y pasión". Ante mi cara sorprendida, como si faltara algo, me añade: "Bueno, también es riesgo".
Si uno lo piensa, es así. Incluso podríamos corroborar que todo funciona cuando se dan estos ingredientes, algo similar a lo que sucede en la historia cotidiana, que lo es si nos divertimos, si nos enamoramos, y si nos exponemos.
Lo que me produjo, en esa situación, perplejidad al principio lo entendí inmediatamente después. Pensaba que era extraño que alguien tan joven lo tuviera tan claro. Y con seguridad lo tenía porque en su contexto todo era perceptible desde la perspectiva de la integración de unas artes que a otros les parecen extravagantes o rechazables por desconocidas o por advertidas a medias, que siempre son verdades cuestionables.
La educación es, en esto y en cada faceta, fundamental. No hablo de adoctrinamiento, sino de acercamientos, de saber para compartir, para ser solidarios, para entender sinceramente. En las contemplaciones cotidianas la virtud viene de empatizar con los demás.
Termino con las palabras de un poeta: "Nos dejamos ir. Nos embellecemos. Hemos resaltado lo mejor. Nos involucramos en el amor, y eso sí que nos hace caminar en libertad". Como este niño, claro.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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