No creo que nadie pueda imaginar lo que se siente cuando lo has tenido todo y, así de repente, te quedas sin nada. Cuando digo esto no me refiero a nada material, me refiero al dolor de estar roto por dentro. A que tu vida se resuma en una sucesión de días sin más propósito que que salga el sol y que se esconda. Así, un día tras otro. Un lugar tras otro. Una cara tras otra. Tú los ves pasar. A veces sonríes, a veces lloras. Comes y duermes, te duchas y te vistes. Sales de casa y vives. Pero vives por inercia, porque el pararte a pensar que está mal es demasiado doloroso y eres cobarde. No te atreves a hacer frente todas las cosas que no están bien en tu vida porque eso sería abrirte el alma en dos y empezar a coser las heridas.
Esta era la vida que tenía antes de encontrarte. Antes de que llegases a mi vida. Antes de que cualquier cosa fuese motivo de celebración. Desde aquel momento todo cobró sentido. Los sitios, las caras, los olores, los sabores, todo ya era diferente. Porque ahora todo es contigo y tú haces que sea especial. Por eso, por el sentido que le das al mundo, el miedo a no dar la talla, es constante. El miedo a que vuelva la oscuridad y la monotonía es diario. El miedo al gris, el miedo a tu ausencia es enorme.
Necesito tu luz en mi vida, necesito tu calor en mi pecho. Necesito el confort de tus abrazos, y la calma de tu respiración. Necesito saber que contigo al lado todo va a ir bien. Necesito que me des la mano y hagamos este camino juntos.
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