El violador

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Sin encender la luz del descansillo, para que el sonido del automático no lo delatara, abrió con facilidad la cerradura. Antes de volver a cerrar la puerta aguardó unos instantes a no escuchar nada Cruzo el pasillo, sabía que solamente estaba ella, se detuvo ante el dormitorio. A través de la puerta entreabierta, pudo intuirla sobre la cama, la poca luz que entraba estaba tamizada por la cortina y allí estaba, durmiendo. Debido al calor nocturno, solo llevaba una camiseta. Tumbada de lado, boca abajo, con las piernas entreabiertas, pudo disfrutar de las redondas formas del culo y, entre sombras, percibió los labios de la vagina. La sola imaginación del olor a sexo aceleró su excitación

Se desprendió de su ropa, mostrando un cuerpo trabajado en el gimnasio y perfectamente depilado.
Se agachó y recogió la braguita que descansaba a los pies de la cama. Apenas dos mínimos triángulos de tela trasparentes unidos por una tira elástica. Disfrutó de su delicado tacto y la aproximó a su cara, inspirando profundamente para captar el olor que la impregnaba. En ese preciso momento su erección era más que evidente.

Se aproximó a la cama, y arrimó su rostro a la entrepierna de la mujer, captó el mismo aroma, más fuerte, que había saboreado en la braguita.
Con mucho cuidado su lengua se posó sobre los labios, cerrados y relajados, lamiéndolos con deleite. La mujer emitió un leve suspiro y reacomodó sus caderas, abriendo las piernas, como quisiera facilitar el acceso a su sexo El colocó sus manos sobre los glúteos y los separó, pudiendo introducir su lengua entre aquellos labios que comenzaban a despertar, abriéndose a las caricias de la lengua.

Lamió y jugueteó con la vagina, hasta lograr una abundante lubricación, síntoma de que su dormida víctima respondía excitada a sus caricias.
El masturbándose y respirando muy silenciosamente, conseguía subir más la temperatura, a aquella noche de verano, tan calurosa.

Aproximó su cara al rostro de la mujer y observó su boca entreabierta por la agitada respiración. Colocó la punta de su goteante miembro entre los labios, introduciéndolo con cuidado en el interior de la boca. Emitió un gemido al sentir la cálida humedad de la boca, su excitación por el leve contacto de los labios era máxima.
El se comenzó a mover dentro con si estuviera follando un coño y la mujer, instintivamente, comenzó a chupársela.

¡Es fantástico!, pensó, deleitándose con el momento en el que eyacularía dentro de la boca. Pero supo que el juego estaba a punto de cambiar un instante antes de que ella abriera los ojos.

La mujer, adormecida, tardó unos instantes en comprender lo que estaba ocurriendo. Cambió el gesto de somnolencia en otro de sorpresa, ella intentaba quitárselo de encima
El intruso trató de mantenerla dentro, disfrutando de la excitante situación, el agarró fuerte su pene y lo metía hasta dentro con fuertes sacudidas ella limpiándose con la mano los restos de líquido seminal que escapaban de sus comisuras al tiempo que intentaba saltar de la cama.
No me gustan estas bromas, un día vas a matarme de un infarto, decía ella.
El intruso hizo aparecer en su mano una navaja que la mujer no acertó a adivinar dónde escondía. Paralizada ante la hoja que brillaba al reflejar la tenue luz que se colaba entre las cortinas, fijó la mirada en los ojos del hombre mientras éste aproximaba el arma a su cuello.

–Quieta–le ordenó, empujándola hasta tumbarla de nuevo sobre la cama–.
Con la hoja rasgó la camiseta, dejándola completamente desnuda y, lentamente, paseó el filo a lo largo del cuerpo de ella, deslizándola desde el cuello hasta las perfectas tetas, torneadas con la forma de dos jugosas gotas temblorosas por la agitada respiración de su dueña. La punta acarició la suave y redondeada piel, circundando la aureola y jugueteando con el oscuro pezón, erecto por el miedo o quizá por la excitación.
La otra mano del intruso descendió hasta su propia entrepierna, para sujetar el pene. Puso la rodilla entre los muslos de ella y le obligó a abrirlos, dejando al descubierto la vagina rodeada por un suave vello, aún mojada por los fluidos que había ocasionado durante su húmedo sueño.

Ella se resistía, él hundió levemente la navaja en la pierna sin llegar a cortarla. Dirigió entonces su miembro hasta la entrada del coño empujó hasta que la polla al completo desapareció dentro . Sin apartar el arma comenzó a mover sus caderas, empujando contra el cuerpo inerme de ella, respirando profundamente.

–¡Oh, sí, puta! ¡Cómo me gusta! Eres una zorra y me gusta metértela. Voy a follarte toda la noche, voy a dejártela dentro y no me pienso correr hasta mañana, puta, puta, puta…

Ella tenía los ojos en blanco, mientras él parecía una bestia. Su pene entraba de golpe y salía de golpe. Las tetas de ella se movían al compás de las embestidas del violador. Ella gemía a de placer, antes de perder casi el conocimiento con aquel orgasmo casi infinito que tuvo ella.
Eso encendió más al intruso y sacando la polla de dentro de ella, y masturbándose sobre su vientre, descargó unos chorros de semen caliente, que llegaron hasta sus redondeadas tetas.
Ella mientras recogía y lamía esos chorros decía:
Me pone mucho que juguemos así, pero no traigas un navaja la próxima vez.

Fin


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