El éxtasis o la abstracción
Por Jesús Sieiro
Enviado el 12/04/2019, clasificado en Varios / otros
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Hay días que el trabajo se vuelve pesado, cansino, mortificante. Hoy no estoy en lo que debo y todo se tuerce dejándome una sensación de inutilidad manifiesta. Si pudiera me pondría a gritar como un poseso pero soy consciente de que soy incapaz y además, luego me hundiría en mi propia reprobación. En la distancia veo aparecer al inconsistente, prepotente y mal encarado Franco Osuna y me temo lo peor. Tal como preví el susodicho me acapara con su rollo pseudo-intelectual y anti-todo, da bandazos de un lado a otro con ideas liberales y las entremezcla como un prestidigitador hasta conseguir acabar con toda mi paciencia. A la hora del almuerzo huyo como despavorido. Al pisar la calle me transformo en un viandante tranquilo, sosegado y me gusto a mí mismo. Percibo a mí alrededor la calma, puede que sea la que yo transporto de forma inopinada. Observo cada detalle, me asombro con nimiedades, me relajo al punto de pasar de todo. Durante un buen rato voy en una dirección pero es puramente casual. De pronto giro, me cambio de acera y me dirijo a un parque cercano que siempre encuentro a mi izquierda a mi vuelta a casa en coche. Lo transito por uno de sus laterales y la sensación de paz que siento es aún mayor. Floto en una atmósfera irreal pero sumamente placentera. - Aquí paz y mañana gloria, me digo sin pensar. Una hilera de bancos de madera invitan a dejar transcurrir el tiempo contemplando el movimiento al otro lado de este espacio privilegiado. Hago mío el extremo derecho del banco que encuentro más cercano y lo observo todo sin fijar mi atención en nada concreto. Estoy bendecido por el más absoluto abandono. Hago gestos para mí y me sonrío de cosas que me hacen gracia.
– Bendita paz, exclamo con un hilo de voz recreándome en cada silaba.
– Es verdad, que sensación de paz, me responde sin esperarlo una joven señora que está justo a mi lado y a la que ni siquiera vi antes. La miro sorprendido y me encuentro con su mirada tranquila y su gesto complaciente. Nos sonreímos con complicidad.
– A veces me traslado y estoy en otra parte, le digo a modo de,
– No estoy aquí aunque lo parezca.
– También a mí me ocurre a veces, me responde ella con total naturalidad y añade,
– Las menos, sin embargo.
– Es una forma de resarcirnos, de escapar de situaciones engorrosas, le señalo justificando esta actitud.
Nos callamos y seguimos en nuestras cavilaciones, pero algo ha cambiado entre nosotros, al menos somos conscientes de la presencia del otro.
Me doy la vuelta y en vez de mirar al frente donde se mueve todo, le doy la espalda al bullicio constante y me dejo envolver por el paisaje verde del parque con sus ondulaciones y césped recién cortado.
Ella me imita y también se posiciona mirando al parque.
Percibo que ambos flotamos en un universo propio pero en el que tiene cabida el otro.
– Hace solo unos instantes me sentía atrapado en la oficina y ahora tengo alas y no las sé usar, le digo transmitiéndole en confianza mi sentir.
– Podría decir lo mismo pero no sé si habría acertado a decirlo igual de bien, me contesta con voz pausada.
Callamos de nuevo, seguimos ensimismado en un todo y un nada. No hay visión que escape a mi atención pero la percepción tiene filtros mágicos que le da tonos singulares. Un abuelo va detrás de su nieto de unos tres años, el movimiento de cada uno tiene su propia idealización o belleza. Al lado un cochecito arrumbado y un poco más allá varias cosas apiladas que no alcanzo a apreciar bien.
Me levanto, la miro y ando pausadamente hacia el césped dándole opción a que me acompañe. Lo hace y ambos nos sentamos unos metros más adelante. Quedamos muy juntos, nos miramos en la proximidad, ella tiene el gesto abierto, no le cohíbe el que estemos tan cerca. La distancia que antes mostramos por todo lo externo se reinvierte en nuestra propia atención, nos estamos descubriendo con una calidez extraordinaria. Miro sus ojos de color entreverado de miel y uvas verdes, su expresión me da apoyo y consistencia, formula por mí deseos de no saber de otras cosas, de pensar que este instante nos pertenece aunque no seamos dueños de nosotros mismos.
– Siempre soñé con un instante así, le digo en la mayor confianza,
– También yo, asume ella a su vez sin titubeos.
– Por primera vez valoro con identidad propia, sin que medien otras apreciaciones y sin que nada le reste su verdadera importancia, le digo de seguido,
– Soñar es posible, no?.
En su respuesta más que una pregunta hay una afirmación, un deseo.
Se echa para atrás, reposa todo su cuerpo en la hierba y extiende a los lados sus brazos. Le acompaño y ambos estirados somos, como fantasmas de dos seres que se evaden de sí mismo.
Entrelazamos con delicadeza nuestros dedos que han quedado en el lugar adecuado y luego, nos ayudan a una proximidad mayor. Antes de saber nuestros nombres ya estamos disfrutando de nuestro primer beso. Luego, se produce una concatenación en la que los sentidos se manifiestan libremente sin permitir que nada rompa el hechizo.
– Qué bonito es poder soñar, digo entre beso y beso.
– Más aún, sentir que esto es posible, me responde ella en calma.
El cuerpo se nos hace música y nos pide un ritmo al que tenemos que poner freno.
Es el momento de enfrentarnos a una realidad que hemos pretendido engañar con artilugios y veleidades de alquimista.
– No me arrepiento de nada, manifiesto sincero,
– Tampoco yo, me responde ella.
– Me llamo Jaime, añado
– Yo, Benedicta, “Beni” para todos.
– Estoy casado y tengo dos hijos, le digo
– Qué casualidad, igual que yo.
Seguimos con las manos cogidas y a pesar de lo manifestado volvemos a darnos un beso más. Tengo la sensación de que puede ser el último.
– Nunca sentí nada igual, le digo disfrutando aun el sabor de sus labios.
Ella calla, su mirada se pierde tras de mí, es consciente como yo de que estamos en el umbral mismo de la realidad.
Cuando vuelve su mirada hacia mí ya tiene agazapada la tristeza de una despedida que ya se presagia.
– Nunca olvidaré este momento y sé que nunca más se volverá a dar, le digo rompiendo el hechizo.
– ¿Habías soñado alguna vez que esto se produciría?, me dice y añade,
– Deja que la providencia actúe con libertad.
Vuelvo a casa con la extraña sensación de haber sucumbido a una de mis fantasías y al pasar por el parque miro hacia el banco con la intención de descubrir algún detalle que me saque de la duda y unos ojos (miel y uvas verdes) aparecen de repente en mi imaginación y me traen a la realidad que me rodea.
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