Él no era gran cosa, ella tampoco lo era, pero él aun no lo sabía. Él unicamente veía su idea, se la creía, se la llevaba a la cama, soñaba con ella y, por la mañana, amanecía con ella. Deasyunaba, comía y cenaba con ella, él dejaba su plato a medias, pero su idea le roía la razón por la mañana y por la noche deboraba su corazón.
En su calendario, el día pintado de rojo estaba en el centro de la semana. Para él su semana empezaba por la mañana, los viernes se encontraban en el rato del cafe y finalizaba en ese momento eterno en el que se marchaba. Ese día disfrutaba coincidiendo con su sonrisa, divisando sus ojos, avisando su caminar y espiando sus labios.
Pero lo que no advertía era como sus piernas le apuntaban al hablar, no descubría la razón de su sonrisa, la atención de su mirada, pobre diablo, ¡Ay si supiera como le acechaban esos labios! Para ella sus pies eran ligeros en la ida pero pesados a la vuelta.
Ella no era gran cosa pero, para ella, él era perfecto
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