La moneda da vueltas en el aire. Todos la miramos. Todos menos uno. Alguien ha decidido creer antes que ver. Da igual lo que salga.
Se hace la señal de la cruz, y sale al ruedo. Hay silencio, o eso parece. Nada se oye, o eso parece. Ni los clarines suenan, o sí lo hacen, pero a él le parece que no. No es no en ese momento.
Busca una mirada desde esa tierra que le traga sin moverte del sitio. Advierte que todo es un comienzo, como ayer, como mañana cuando den las cinco de la tarde. El ciclo devora tiempo y vida, o amenaza con hacerlo. O lo parece.
El instante es histórico, o de intrahistoria. Nos hemos emplazado en el punto. Lo observamos, y él a nosotros. Hay sinergia, invitación, anhelo, sueño, resoplido para dar con la emoción intensa.
Sigue la moneda, que él no mira, como tampoco otea la caída de ese emblema torero del que nadie habla en la lidia. Puede que traiga mala suerte, ésa en la que no creo, que únicamente puede, o lo parece, como a él, o a mí.
Tiembla el suelo, y la existencia, y los aires de dos seres fraguados para convertirse en uno en ese paraje circular, en un lugar de la memoria, que hoy coincide. Divisamos la moneda otra vez, y a él, y él a nosotros, y a su compañero de viaje. Hace la señal nuevamente, y se dice: "¡Que sea lo que Dios quiera!" Eso se llama valor.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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