Festejo y calentura
Por Gaucho5570
Enviado el 13/04/2019, clasificado en Adultos / eróticos
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Marcelo y yo nos juntábamos para hacer el amor cada vez que uno de nosotros lo necesitaba. No éramos novios ni teníamos ningún compromiso. Simplemente nos gustaba tener sexo con el otro. Cualquiera de los dos podía llamar y obtener lo que deseaba.
Lo llamé esa mañana y le dije que quería que me pasara a buscar esa noche a las 10:30. No tenía nada planeado así que aceptó. Cinco minutos después de que yo llegara a la esquina acordada detuvo su auto junto a la acera. Me había puesto una falda corta y una camisa. Ropa interior, ausente.
- Vamos a algún lugar en la costa – le dije después de darle un beso de saludo.
Llegamos a un estacionamiento desde el cual podíamos observar el mar iluminado por una luna llena tan redonda y luminosa que era inverosímil. Como era costumbre, conversamos sobre cosas vagas tales como su trabajo y el mío.
Reclinamos los respaldos de nuestros asientos y comenzamos a explorarnos. Marcelo se puso de costado e introdujo su mano izquierda debajo de mi camisa hasta alcanzar mis tetas. Con mi mano derecha comencé a acariciarle la entrepierna, notando como su verga reaccionaba prontamente. Con la izquierda, me ocupé de mi clítoris. Mis pezones estaban reaccionando por lo que desabroché los botones de mi camisa dejando mis pechos accesibles a su boca además de sus manos. Acercamos nuestras cabezas y comenzamos a besarnos con ardor.
- Chúpame los pezones – le dije y él puso manos a la obra. Al mismo tiempo su mano comenzó a subir por debajo de mi falta hasta que llegó al vértice del placer entre mis piernas. Retiré mi mano y dejé que él se ocupara de preparar mi cuerpo para penetrarme con la hermosa pija que tenía.
- Ahora déjame chupártela. – le dije. Dejó el campo libre para que le abriera la bragueta y le sacara la verga afuera. Primero lo masturbé para que se le fuera endureciendo más y luego me dediqué con placer a lamérsela. Cuando la metí en mi boca emitió un suspiro. Marcelo se las arregló para pellizcarme los pezones y a veces tomar la totalidad de mis tetas con su mano izquierda mientras la derecha ayudaba a que mi cabeza subiera y bajara a lo largo de su pene endurecido.
Yo controlaba la hora continuamente por razones que él desconocía. Después de chuparle la pija para satisfacerlo y también para que la tuviera bien dura, me arrodillé en el asiento. Mantuve su pene en mi mano masturbándolo pero le pedí,
- Usa tus dedos para excitarme. Métemelos en la concha. ¿Puedes lamérmela?
- Primero los dedos. Después te puedes acostar en el asiento nuevamente y te aseguro que te va a gustar la chupada que te voy a dar.
Hizo exactamente lo que había dicho. Primero sus manos se ocuparon de mi vulva, que ya vertía abundante cantidad de jugos y asimismo de mis tetas, con sus pezones dilatados por la calentura que estaba alcanzando.
- Acércate – dijo algo más tarde.
Así de rodillas como yo estaba, alcanzó mi vagina con sus labios y su lengua. Treinta segundos antes de la medianoche, con su pija endurecida y mi vagina súper húmeda, le dije:
- ¡Te voy a montar, métemela toda, y cógeme!
Ya se había bajado sus pantalones y calzoncillos así que cuando me senté sobre él me ensartó con todo su miembro. Me movía frenéticamente hacia arriba y hacia abajo, hacia adelante y hacia atrás, y Marcelo acompañaba mis movimientos con sus manos en mi culo. Lo estaba gozando ampliamente.
- ¡Ahora, ahora, – le dije – hazme acabar, hazme acabar!
Mi mano derecha masajeó mi clítoris, las dos de él me ayudaban a sentir su pija dentro de mí y su boca chupaba mis pezones. ¿Cómo podía no tener un orgasmo? Varios, en realidad. Mientras los experimentaba, escuché cómo el gemía al tener el suyo. Sentí bien adentro los espasmos de su verga y la calentura del semen que estaba vertiendo en mis profundidades. Caí ávidamente con mi boca sobre la suya al tiempo que le apretaba el pene con las paredes de mi concha para hacer que todo su semen me invadiera.
- ¿Por qué querías tener tu orgasmo exactamente en ese momento? – me preguntó.
- Quería tener un orgasmo exactamente a la medianoche.
- ¿Por qué?
- Porque acabo de cumplir 25 y quería tener un orgasmo mientras los cumplía.
Dos semanas después decidí aparecer sorpresivamente en su oficina. Ropa interior ausente nuevamente, pollera corta, botas hasta las rodillas. Todos los que me miraban querían cogerme. Le di solamente mi nombre al recepcionista y lo escuché decir en el teléfono:
- Señor Olivas, hay una señorita aquí de nombre Laura que viene a visitarlo.
Cuando se abrió la puerta del ascensor estaba parado allí, esperándome.
- Hola. – le dije, y lo besé como para que no le quedaran dudas de por qué estaba allí. Me apretó las nalgas con fuerza mientras respondía a mi beso, como para dejarme claro que apreciaba mi visita.
El piso donde estaba su oficina estaba completamente vacío. Debía estar caliente porque no perdió tiempo. Nos sentamos en un sillón y metió su mano debajo de mi pollera hasta alcanzar mi concha. Respondí con mis jugos inmediatamente porque estaba ahí para cogerlo. Los besos continuaron y le extraje su verga del pantalón para masturbarla cómodamente. Sus dedos no tardaron en abrirse paso entre los labios de mi vagina y fue imposible evitar mis gemidos. De vez en cuando ponía sus dedos humedecidos entre nuestras bocas para que ambos degustáramos mis jugos.
Después de haber estado ambos gozando de esa forma se paró delante de mí. Empecé a lamerle y chuparle la verga con ansias. Entre mis manos y mi lengua su erección continuó en aumento. Me llenaba la boca. Después de unas cuantas chupadas me paré, me arrodillé en el sillón y le dije,
- Métemela desde atrás. – le dije y no tuve que repetir el pedido. Se desprendió de su ropa y su endurecida verga entró inmediatamente en mi concha. Sus empellones golpeaban mi culo produciendo un sonido excitante. Sentí que me ponía saliva en mi pequeño orificio y luego me introducía una porción de uno de sus dedos en mi ano. Me masajeé mi clítoris ardorosamente y mis orgasmos llegaron a la brevedad.
Habiendo escuchado mis gemidos orgásmicos, Marcelo extrajo su miembro de mi cavidad y me llevó hacia una de las paredes de la oficina. Me alzó en sus brazos, apoyó mi espalda contra la pared y me penetró. ¡Su verga tenía una dureza exquisita! Entraba y salía de mí como pocas veces antes. Más que apretarlo lo estrujé con brazos y piernas y nuevos orgasmos se sucedieron. Él no se controló más y descargó su leche en mi interior al tiempo que me apretaba aún más contra la pared.
Me cargó hasta su escritorio sin sacar su pija de mi concha. Estoy segura de que todavía estaba descargando en mi interior.
- Me alegro de que me hayas visitado – me dijo.
- Sin duda fue una buena idea.
Cuando me fui, Marcelo se quedó trabajando pero dudo que haya podido concentrarse. El recepcionista me despidió con una sonrisa cómplice y fue entonces cuando me pregunté si habría cámaras de seguridad en las oficinas.
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