Una copa de vino

Por fin viernes. Sale del trabajo y de camino a casa se da cuenta de que todavía va acelerada.
Hoy no hay prisa, se recuerda. Solo piensa en llegar a casa y darse un baño relajante.
Al llegar se deshace de los salones de tacón de aguja y piensa en tomar un vino.

Decide preparar la bañera primero, poniendo pequeñas velas a su alrededor y llenándola de agua muy caliente. Echa sales de baño con aroma a flores blancas y un gel de espuma.

Vuelve al dormitorio y empieza a desvestirse. Primero se desata el moño que recoge su largo cabello castaño. Mueve la cabeza a ambos lados despeinándose y aliviando la tensión que le produce en la nuca.
Se desabrocha la blusa sedosa y ésta se desliza hasta el suelo con un fru-fru,
acariciando la piel de su espalda. La estrecha falda cae después a sus pies.

Sentada en la cama empieza a deslizar una media negra desde el muslo hasta la rodilla, luego hasta el pie, en el que contrasta su blancura con el rojo intenso de las uñas lacadas.

En el baño resuena el murmullo del agua llenando de espuma la bañera.

Desliza lentamente la otra media y ésta cae flotando al suelo.
Se levanta de la cama y se dirige a la nevera de vinos. Elige un tinto reserva y lleva su copa junto a la bañera.

Deshaciendose de su ropa interior, introduce su mano en el agua para comprobar su temperatura.

Muy caliente, pero sin llegar a quemar. Entra poco a poco y se estira hasta que el agua y la espuma le cubren el cuerpo.

En pocos minutos la relajación es total. Es un buen momento para complacerse.
¿Quién dice que el agua y el vino no se llevan bien?