Desde aquel primer instante en el que recibí su carta, supe lo que me encontraría al llegar a aquel hermoso lugar…
La sobriedad del momento no era casual, tanto abrazo y condolencias me tenían agotada. No sé porqué quiso que fuese así, por mucho que lo hablamos, ninguno imaginó lo cerca que puede llegar a estar un sepelio. Y no pensamos en que podía ocurrir en cualquier momento, por lo que todo quedaba flotando en un aura de indecisión. Al menos aquello creí yo, siendo su acción otra y sin contar conmigo, organizó todo lo que tenía que ver con el funeral para ambos.
Algo debió de intuir ya que acordó varios puntos referidos a él nada más. Particulares retoques en los pequeños detalles, uno de ellos la carta que debidamente sellada por un albacea me hacía llegar tan solo unos días después de su muerte.
Una extraña ubicación leí mientras secaba las lágrimas ocasionadas por sus palabras, aquellas que me pedía que no olvidase nunca. Era muy cruel, sí, en plena y espléndida vida de felicidad, la muerte apostó con la peor enfermedad y esta perdió.
Dejando desierto un corazón que reventaba de amor, un cuerpo que deseaba seguir siendo amado y una mente que llevaba un tiempo insegura, titubeante y obsoleta de recuerdos. Comenzaba con su muerte a experimentar lagunas al evocar tiempos pasados.
También debió de imaginar que con su ida yo empeoraría, por lo que quiso mostrarme un lugar que por su vistosidad me impresionará y no olvidase jamás.
Pedí que me llevasen, como decía en su carta, las coordenadas eran claras y exactas, tan solo tardamos un par de horas. Di mi nombre y presenté mis credenciales, entregué mi equipaje y me dieron la bienvenida…
No tardaron en asignarme un cuidador al que le entregaron un papel, lo leyó y me pidió que lo acompañase. Cruzamos un precioso jardín, una gran puerta se abrió, apareciendo delante de mis ojos un maravilloso panorama…
El color azul se reflejaba en cada rincón del fascinante lugar, en las nubes, en el horizonte, en la bruma del mar, en la majestuosa roca.
Allí donde mirase me recordaba el azul de sus ojos y fue entonces cuando entendí que no había otro lugar tan adecuado que aquel, para terminar mis días. Un paraíso en el que el reflejo azul me haría recordar a la persona que había amado, amaba y amaría el resto de mis días.
Una adaptada determinación a la soledad física y mental que muy pronto sufriría. Tomada por su parte para conmigo, mientras esperaba sin remedio su partida.
Ahora puedo entender su angustia en aquellos días…
Adelina GN
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