Todo iba bien, desayunábamos tranquilamente hasta que tuve la ocurrencia de decirle que extrañaba a su ella del pasado, sin alzar la mirada cogió la servilleta y lentamente limpió la comisura de los labios –ten un buen día amor- me dijo, se levantó, me dio un beso en la frente y cogió su bolso.
Tres días después la encontré en la sala, bebía café, sus maletas aguardaban estoicas al pie de la escalera.
Por favor piénsalo –dije desconcertado- si cruzas la puerta no habrá vuelta atrás…
¿Piensas que hay vuelta atrás de lo que hemos vivido? – dijo con una sonrisa rabiosa- ¿en qué momento te volviste un imbécil?
Lo dije de la mejor manera Julia, no quiero perderte –afuera se escuchó el claxon impertinente-
Un año atrás te lo hubiese creído Alejandro –contestó, salió rápidamente y abordó el taxi, no pude decir nada más; sé que lo hizo de esa manera para que no la viera llorar-
La casa empezó a llenarse de un silencio que martillaba mis sienes, lo afronte poniendo a medio volumen esa canción que tanto nos gusta, entonces nos encontramos nuevamente, perdidos entre los veintisiete precisos la, la, la del coro, nos fundimos bailando, flotando entre las notas de un vals eterno, buscando una nueva manera de existir…
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