EL SECRETO ECLESIÁSTICO 2

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- Oh, no... Las chicas son tontas y presumidas. Son mejores los chicos fuertes y machotes.

Me quedé sin saber qué responder.

- Oye. Veo que tienes las uñas cortas. Es mejor que te las dejes largas. Limpias, pero largas.

Y mientras me decía aquello, como en aquellos años los chavales llevábamos pantalones cortos, el tal profesor sin ningún recato, me acarició las piernas.

Aquel asedio duró varios días, y los demás alumnos estaban contentos porque así se libraban de la pesada clase de Geografía. Ellos estaban cponvencidos de que yo era un "enchufado" de aquel personaje sin pensar en lo que ésto significaba. De manera que cuando ellos veían entrar a aquel profesor que no era religioso en el aula, mis compañeros enseguida me empujaban a que fuese con él.

-¡Anda Miralles, ve con el "profe". No le hagas esperar! - me decían.

Pero a decir verdad yo me cansaba de aquellos encuentros. Si aquel hombre era un pederasta conmigo se había encontrado ante una pared, porque mi sexualidad no se movía en la ambigüedad como a muchos adolescentes les sucede. Pues a mí desde una tierna edad no tan sólo me atraían algunas criadas que teníamos en casa, sino que además me fascinaban las actrices de cine que veía en muchas películas.

De manera que como yo en aquel colegio tenía un íntimo amigo que sí que rozaba la bisexualidad, le dije al profesor:

- Mire. Yo no soy como usted desea que fuese. Pero tengo un amigo que está en esta misma clase que tal vez sea lo que usted busca.

- ¡¿Ah si?! ¿Quién es...? - quiso saber con cierta ansiedad el profesor.

- Gutierrez.

El profesor Mendoza llamó en el acto a este amigo mío, y yo me escabullí sin pensarlo dos veces.

Pero por lo visto la ambivalencia sexual de mi amigo no satisfizo a aquel hombre, por lo que no llegaron a congeniar. Era obvio que a aquel profesor le gustaban los jóvenes más viriles como podía ser yo.

Otro día a la hora del recreo, estaba paseando por aquel enorme patio en el que los alumnos de aquel colegio jugaban a fútbol, y me llamó el conserje que era un hombre un tanto mayor de edad llamado Jaime.

- ¡Oye, ven un momento!

- ¿Qué desea? - inqurí.

- Tengo algo para ti. Sígueme.

Me llevó a un vestíbulo que por un extremo del mismo daba a un patio pequeño, y por el otro estaba la puerta que daba a la calle y que era por donde entraban los demás alumnos.

-Oye, pareces muy simpático - me dijo jaime.

- Ah, gracias.

Seguidamente el hombre cerró las puertas y sin dilación me tocó los textículos.

-¡Eh... ¿Qué hace hombre?! ¡Estése quieto! - le grité de mal talante mientras me apartaba a toda prisa de su lado.

- ¡Jajaja! - reía el conserje a la vez que me perseguía por aquel recinto para manosearme.

En vista de mi obstinada resistencia dejó de acosarme, y yo regresé con los demás compañeros.

Aquello me hizo pensar que si aquel tipo pederasta que era un pobre hombre se creía con derecho a pasarse de rosca conmigo, es que antes éste se lo había visto a hacer a sus superiores; a los frailes con otros alumnos.

Nunca más volví a dirigir la palabra a aquel conserje.

En la actualidad salen muchas noticias en los medios de comunicación sobre abusos de menores en los colegios religiosos. Pero no son nada nuevo bajo el sol, porque éstos han ocurrido desde tiempos inmemoriales. Sólo que antes esto no se decía; se ocultaba como había hecho mi abuelo al abandonar el seminario, porque además de que la víctima no sería tomada en cuenta, el tema del sexo tan criticado por la Iglesia era tema tabú. Mas ahora en cambio quizás debido a que el mundo se ha hecho más pequeño debido a la tecnología, y todo sale a la luz se descubren viejas heridas psíquicas sufridas por varios alumnos de instituciones religiosas a causa de los pederastas.

Y es que la vida es un "boomerang" en la que por mucho que se traten de ocultar las cosas, éstas tarde o temprano siempre vuelven y golpean a los que las han provocado.

 

 


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