Esa mujer no es de este pueblo

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La tarde del miércoles vimos pasar un destartalado carro fúnebre por la calle principal del pueblo, el sol de mediodía pegaba de lleno sobre el ataúd blanco; el silencio espectral era apenas interrumpido por ruido del motor viejo y los pasos de la elegante y hermosa mujer que caminaba frente al cortejo. Nadie la había visto jamás y, salvo el conductor, nadie la acompañaba. Se corrió la voz de que el sacerdote huyó despavorido una noche antes, en cuanto terminó de escuchar la confesión del muerto, dejó la estricta orden de negarle el entierro en el panteón y mandarlo para otro lado.

La gente del pueblo no hizo caso, conmovida por la soledad de la mujer, permitió el entierro del joven, tenía unos quince años y quienes lo vieron relataban asustados que su rostro estaba atestado de cicatrices con símbolos ininteligibles. Una vez sepultado, la mujer se quitó los zapatos de gala, dio media vuelta y con el ánimo renovado dio gracias a los que se acercaron para ayudar:

Apreció mucho su presencia –dijo- mi dolor ahora es compartido con la gente buena de este lugar.

La invitaron a comer y prometió apersonarse a la brevedad pero nunca llegó.

El primer año transcurrió en completa calma…

Primero fueron los hijos del regidor, jugaban a la pelota en los campos de tierra, cayó la noche y no regresaban a casa, su madre los encontró con los ojos abiertos, la cara amoratada por la falta de aire y marcas en los brazos… después empezaron a aparecer muertos los niños que iban muy temprano para la escuelita, los encontraban en el camino con los mismos signos de muerte que sufrieron los primeros; pronto ya no hubo lugar para enterrarlos, los llevaban a los pueblos vecinos pero a poco empezó a propagarse la muerte sin tregua y los cementerios fueron insuficientes. Algunos enterraban a los niños en sus propias casas pero los huérfanos quedaban donde los encontrará el destino; la peste interrumpía la siesta.

El arzobispo fue avisado, pero prefirió la comodidad de su palacio citadino.

El último pueblo de la región perdió su salvedad en septiembre, muy temprano llegó una mujer descalza, con vestidos caros y de una belleza perturbadora, compró todas las tierras ubicadas frente a la presidencia; en una noche y sin saber con ayuda de quién, cercó todo el terreno, antes de partir colocó un anuncio pintado a mano: cementerio gratis.

Seguro que hará falta –le dijo al presidente del pueblo y se marchó inmediatamente sin dejar rastro.


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