Cae silenciosa, ajena a mi presencia.
Con un delicado bamboleo producido por su ergonomía se desliza despacio en dirección al suelo, levemente inclinada por alguna misteriosa corriente de aire.
Por unos segundos vuelve a elevarse, gira sobre sí misma y retoma su vaivén descendente.
La sigo con la vista, interesada en su trayectoria. Su irrupción involuntaria ha conseguido la desconexión inmediata, en un instante, de la espiral de sombras que amenazaban mis pensamientos.
Me levanto del sillón agradecida y despacio la atrapo entre mis manos. Ella está quieta, confiada y agradece su rescate con un suave cosquilleo en mi palma.
Me asomo a la ventana abierta y abro mis manos mientras soplo con suavidad la hermosa pluma blanca.
Revolotea delante de mí, como despidiéndose y se aleja arropada por el viento, hacia la inmensidad del mar.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales