EXALTACIÓN DEL YO EMOCIONAL

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Hace escasos días que fui a una peluquería bisex que estaba regida por unas estupendas mujeres. La cuestión de ir allí era que además de necesitar un corte de pelo también me complacía el hecho de que ellas acariciaran mi cogote con sus suaves manos. Pues a decir verdad yo siempre he sentido una gran debilidad por la sensualidad que desprenden las peluqueras.

Mas cuando esperaba sentado en un sillón para ser atendido por aquellas féminas, me fijé en unos rótulos que estaban colgados en la pared. En ellos se instaba al personal a que se dejase llevar sin reservas por las emociones, y por tanto de la pasión como únicas guías válidas para andar por la vida. Y si uno se equivocaba en algo no importaba porque se podía rectificar ya que ese era el camino para poder crecer peronalmente. Dicho de un modo más simple aquellos consejos se podían resumir en el tópico: "No escuches a la razón, y haz caso de tu corazón".

Confieso que a mí  aquellos preceptos en los que se subliminaba a la vehemencia, a la visceralidad humana por encima de todo no me gustaron en absoluto. No tan sólo me parcieron inconsistentes sino que también de una ñoñería impresionante.

Pensé enseguida que dichos conceptos eran un reflejo de una sociedad juvenil irreflexiva pero con la suficiente fuerza vital para desplazar a un lado a la aburrida y a la tan caduca como bienpensante generación de los adultos. Curiosamente esta prevalencia de los jóvenes a costa de la gente mayor, hace unos cuántos lustros que era todo lo contrario. Antes en una familia, en un grupo se veneraba a la persona de más edad, en función de la experiencia que había acomulado a lo largo de su vida. "La experiencia es un grado" se decía, por lo que los hijos de veinticinco años, de treinta de las mejores familias emulaban en la forma de hablar, de vestir a sus progenitores; a la persona mayor para adquirir un aire de mayor respetabilidad; aunque aquellos jóvenes no pensaban que aquella misma experiencia tenía unas connotacioes inmovilistas de escaso vuelo puesto que nadie contemplaba el cambio generacional, y cuando esto ocurría se producía una gran conmoción en los miembros del ámbito familiar.

Volviendo con el tema que me ocupa era como si en aquellos aquellos rótulos de la peluqiería se insinuase que la razón por sí misma había sido algo desastroso en todos los sentidos; que no daba la felicidad, y que ahora lo que tocaba era dar prioridad a la intuición, y a los sentimientos.

Pero es que precisamente lo malo en la Historia humana no ha sido la razón, sino los malos instintos de mucha gente que habían estado enmarcados en esta razón. Por ejemplo los nazis que eran tan cerebrales, planificaron muy bien los campos de concentración en los que murieron grandes cantidades de personas, pero a su vez dicha racionalidad estaba animada por un enfermizo prejuicio hacia otras razas; por una mala emotividad.

A mi modo de ver la emotividad de mucha gente no es ningún "Jardín del Edén", sino que es algo que deja mucho que desear. En ella se dan las más absurdas manías, los más cerriles egoísmos, y los prejuicios más viles. Asimismo tampoco la intuición es la infalible "antena" mágica que todo lo capta, porque muchas veces ésta se equivoca puesto que puede estar condicionada por falsos juicios de valor teñidos de envidia hacia alguien.

Respecto a los prejuicios nadie se libra de ellos. Yo mismo conozco a una familia de una extrema rusticidad que cuando la veo no puedo evitar de sentir una tensión interior; cierto rechazo, pero a la vez como yo soy consciente de esta nefasta sensación, no permito que ésta me domine y me agarro como a un clavo ardiendo a mi racionalidad en la que va implítica  mi tolerancia hacia dicha gente.

Pues la tolerancia es un reto constante que no tiene nada de romántico, pero que nos permite convivir con los demás. Para ello hay que tener siempre presente que nosotros no somos los únicos en el mundo, y que hay muchas formas de vivir contrarias a la nuestra que no nos puede gustar; y sobre todo saber gestionar nuestras emociones.

Suena muy bien decir que el hecho de equivocarse y de rectificar es lo que nos hace crecer. Y ciertamente, se considera que la evolución humana ha seguido el camino de ensayo, error, y corrección. Uno tiene todo el derecho de equivocarse porque los humanos no somos seres perfectos. Pues no faltaría más. Pero ¡Ay! resulta que muchas veces llevados por el impulso de las "sagradas" emociones no corregimos nada y tropezamos siempre en la misma piedra. Damos tanta importancia a nuestras pasiones sin pensar en las consecuencias que podemos cometer unos errores irreparables que se pueden arrastrar y lamentar toda una vida.

Y esto se ve muy claramente en el aspecto político.

Se dice que la gente vota en unas Elecciones más con el estómago, con el corazón que con la cabeza, cuando debería de ser al revés. Se vota por simpatía a un partido determinado para castigar a su adversario, en función del discurso demagógico que éste hace a sus seguidores, y apenas se habla de los problemas que afectan a la sociedad ni de sus posibles soluciones. Claro que dichos problemas con el tiempo se enquistan y es el caldo de cultivo de los altercados callejeros.

Tal vez sea aburrido, poco gratificante ponerse a razonar, a analizar las cosas que nos rodean, pero teniendo en cuenta la complejidad existencial en la que estamos metidos creo que hoy más que nunca es necesario aplicar en el contexto cotidiano; especialmente en las relaciones interpersonales la racionalidad.

Todo esto me habría gustado decirle a la sensual y atractiva peluquera que me hacía friegas en el cogote, pero al contemplar su insinuante figura, se me fue el santo al cielo y me olvidé de todo.

 


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