Cerca de las 12:00 de la mañana, extrañamente se refiere a la mañana, cuando no puedo distinguir ni mis dedos frente a mis ojos, ni las decoraciones sin sentido que adornan mi alcoba.
Fructífero fue este día, inicio de mala manera, mi estúpido jefe vociferando órdenes idiotas a gente que no está dispuesta o no es capaz de imponerse sobre él y su poderío sin sentido no reconocido.
Harto pero sin fuerzas para batallar aguarde hasta el sonido de la campana, cual cántico angelical que marcaba el receso. Una ínfima esperanza que se da a todos, última y efectiva ilusión de libertad que brinda mi sociedad ahora.
Como fantasma me dirijo hacia la salida, con calma en mi andar pero con fraguas incandescentes recorriendo mis venas impulsadas por un viejo corazón de bronce.
El sol baña mi frente de un calor horrible que quema y no tranquiliza. Me obliga a esconderme devuelta en mi celda de oficina, me rindo y levanto el teléfono para invocar a una rata que me traiga mi sustento.
Pasan los segundos como horas y los minutos como años, aguardó sentado frente a mi escritorio sin pensamiento alguno que ahonde en mi mente. De repente sonido ensordecedor aqueja el silencio abismal de mi oficina, fúrico debido a que mi penalización y sufrimiento fueron detenidos tan abruptamente me dirijo hacia la puerta con vigor, dispuesto a enfrentarme a lo que se me presente.
Abro la puerta y con una cara desfigurada por el odio reprimido diviso a una mujer de encantadora sonrisa, uniformada como las ratas que me sirven. Mi ira se apacigua y mi cara carente de forma cambia cual víctima de metamorfosis y produce una sonrisa de absoluto agrado.
Recibo de esa delicadas y perfumadas manos de dama la misma harapienta ensalada con bebida dietética que el verdugo de bata blanca me obliga a tragar. Sin embargo ahora ya no parecen tan mal, esas manos fueron suficientes para transformar esa económica y viciada comida en fuerzas para abstenerme de alimentarme y salir tras de ella.
Me acerco con temor hacia esa figura teñida de rojo sangre y amarillo mostaza. Le toco el hombro y con virilidad le pregunto si saldría conmigo. Sorpresivamente recibo una respuesta afirmativa que procede a intercambiar números y palabras, una que otra despreciable risa o sonrisa que hace tanto dejaron de tener valor para mi.
Vuelvo a prisión victorioso como guerrero que regresa a su antigua y ordinaria vida después de tan magnifica odisea donde día a día una nueva aventura y peligro intrínseco al que cualquiera se hundiría. Llego a los límites de mi confinamiento y vuelvo a mi antiguo y viejo mundo de pacotilla. Los minutos se hacen años y las horas se convierten en eones.
Acabado mi reclusorio, con un alma vieja y decadente de tanto esperar, tomó mi auto, el bus personal con destinos predestinados que tanto me obligaron a esforzarme por rentarlo. Me ahogo en el océano de vehículos asfixiados por todo el veneno que excretan autos y personas al mismo tiempo. Observó con desdén al incauto humano que camina a mi costado, me burlo de él por no estar preso de esta marea como si de un lujo fuera.
Entre cláxones estrepitosos y vómitos verbales alcanzó mi destino. Un lugar de mala muerte donde ignorantes perros de la economía desperdician la comida y despilfarran el dinero de la gente que con la sangre de su frente y la ruptura de sus huesos nunca recibieron.
Parado me encuentro en medio de otra columna de chatarra que en vez de escupir humo secretan risotadas y felicidad alabando sus propias vidas y la perfección de sus cuerpos. Entró al establecimiento como no muerto sin alma rogando por su muerte, esperaba que ella no se encontrara ahí sin embargo ahí la veo y ella me logra divisar.
Cubierta por un vestido amarillo como el sol que hace no mucho me quemaba me recibió en una mesa. Con bajas expectativas de esta mujer presente poco a poco voy notando que cada palabra, cada sonido entonado por sus labios son como una bofetada de pintura a mi vida. Pinceladas brutales de alegría y gozo saturan mi vista.
Ahora todo es más claro, las paredes altas y lúgubres con pinturas melancólicas se transforman en cristales hermosos de ventanas que dan paso a una vista del mundo, mi mundo ahora cambiado. Mi corazón de cobre transmutado a músculo orgánico de repente deja de emanar fraguas incandescentes y palpita sangre viva llena de energía que estimula mi cuerpo.
Las horas se tornan en minutos y los minutos en segundos, la tomo de las manos y la invitó a formar parte de mi vida. Entre danzas alegres por una ciudad que parece estar en una eterna fiesta la subo en mi valiente corcel que nos conduce por pastos verdes y montañas majestuosas a mi morada.
Cual caballero cargo a mi amada hasta mis aposentos entre júbilo y alegrías. La colocó suavemente sobre el terciopelo de mi alfombra, el sol desciende conmigo al momento que me acerco hasta su figura. Al instante que una luna con un brillo mayor al del sol emerge con su sonrisa.
Con cada paso mi deseo crece aún más, mi cuerpo se prepara para unirse al de ella y forjar una amalgama de placer y regocijo. Mi corazón de carne se acelera y el de ella también, observó su creciente nerviosismo como si de un cataclismo que cambiaría su vida significara.
A milímetros de su piel me encuentro, su olor y respiración son absorbido por mis poros hasta que completo la acción mas romántica e importante que haré en vida. Me lanzo hacia sus brazos y ella a los míos, pero nuestras almas no se unen, nuestra carne no se hizo una.
Un simple abrazo es el pensamiento que rodea a mi mente, la luna se oculta como si estuviera avergonzada, la penumbra se adueña de mi cuerpo como el de ella. Como si de una bestia hambrienta se tratara. Un hedor repulsivo a alcantarilla recorre mis fosas nasales, se encienden las luces de los cubículos de descanso que están frente al mío y alumbran con una luz tenue mi mazmorra.
Todo el color se fue, toda la hermosura que alguna vez tanto emanó este ser cerca mío se acabó, ahora solo veo a una rata más que me servía trepada a mi pecho, aferrándose al hombre que le servía de sustento ella se encontraba. Me dispongo a extraer tan patético ser de mis pectorales y con leve gesto le ordeno que se vaya. Pasos fúnebres escucho, retumban en mi alma como si de un pico que rompiera este ahora corazón de piedra en mil pedazos mientras me siento al costado de mi cama rindiéndome ante bestia rabiosa a la que llamo soledad.
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