Mis manos ya no tocan nada. Mis labios ya no exhalan aliento. De mi boca ya no salen palabras y mi sombra ya no se posa en el suelo. He muerto y ahora mi alma vuela entre los recuerdos de lo que fue mi vida. No tengo cuerpo con que caminar pero veo. Las risas de mi infancia. El primer amor y el primer dolor. El pasar de los años y de la gente por mi vida.
Mi vista se posa en las miradas de aquellos que alguna vez me acompañaron. En las sonrisas y en los momentos que compartimos. Ante mí pasan verdades y mentiras, secretos que dolieron al susurrarlos hasta que el tiempo se llevó su dolor. Ante mí aparecen una a una las primeras veces de mi vida, acompañadas de los sentimientos que en su día despertaran. Como un temblor de tierra, sacuden mi alma.
Mi vida va pasando, las cosas que dejé atrás, lo que creí importante y no lo era, lo que no le dí importancia y lo perdí por ello. Me voy desprendiendo de aquello que me llenó un día, de lo que ya no me pertenece. Mi familia se va ante mis ojos y junto con el dolor de su marcha llega la esperanza de reencontrarnos algún día. Los que se han ido vuelven confirmando ese reencuentro.
Una luz creciente ilumina los últimos recuerdos. Los sufrimientos que quedaban se deshacen en esa luz. Llega la hora de la paz, la hora de volar.
Y vuelo.
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