Apenas la vi: viernes

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Apenas la vi ese viernes por la noche, la deseé. El deseo de hacerle el amor a la dueña de casa que me asaltó con toda fuerza me sorprendió un poco.  No sé si fue su cabello pelirrojo recogido en una de esas colas de caballo que siempre me fascinan, o sus ojos verdes, o la sensual silueta de su cuerpo que su vestido blanco destacaba. Todas sus curvas eran apetecibles a pesar de sus… sesenta, probablemente. Un tercio más que mi edad.

Probablemente la gota que colmó el vaso, que me decidió a intentarlo todo esa misma noche, fue su perfume. Pasé junto a ella rumbo al bar para pedir un escocés y su perfume no se detuvo en estimular mi cerebro: me invadió el cuerpo entero, envió un torrente de sangre a mi verga.

Maniobré entre los concurrentes a la fiesta hasta ponerme frente a ella, pero con varios invitados entre medio. Le clavé los ojos hasta que me miró. Le sostuve la mirada y ella la desvió para conversar con las tres personas que la rodeaban, pero segundos después volvió a posar su mirada en la mía. Comencé un largo rodeo con la clara idea de lo que haría al estar junto a ella. Pude ver que seguía mis movimientos, que sabía dónde me encontraba a cada instante.

Aprovechando la cantidad de gente que estaba detrás de ella pasé apretada, lentamente por detrás y le rocé los glúteos con mi pija parcialmente endurecida. Estaba seguro de que de alguna u otra forma reaccionaría a mi contacto. Seguí mi marcha y pedí en el bar que pusieran un poco de agua fría en mi escocés.

Cuando me di vuelta estaba allí, a un metro, mirándome con esos hermosos ojos verdes. Las pecas sobre su nariz añadieron otra nota sensual a su persona.

- Creo que no nos conocemos. – dijo, extendiendo su mano – Soy Martina.

- Me llamo Marcos. – Al estrechar su mano pudo apreciar la delgadez de sus dedos, la pintura roja de sus uñas. Mantuve su mano en la mía un poco más largo de lo usual.

- ¿Te gusta la fiesta? – preguntó.

- Recién acaba de comenzar para mí. – respondí - ¿Podemos continuar esta conversación en un lugar más privado?

Demoró unos segundos su respuesta, pero finalmente dijo,

- Sígueme.

Conversando animadamente entramos a un pasillo vacío. Tomó la delantera y yo no podía sacar mis ojos de sus nalgas. Entró a un cuarto a la izquierda del pasillo.

- Este es mi lugar de trabajo. – dijo.

Entré detrás de ella, cerré la puerta detrás de mí, eché llave y al darme vuelta paseé mi mirada brevemente por el susodicho cuarto. Miré a Martina de arriba abajo, aprecié el exquisito volumen de sus pechos, la sensualidad de sus labios, la curiosidad en sus ojos. Percibí deseo en la expresión de su cara. Le pregunté,

- ¿Has hecho el amor acá?

- No, nunca. – respondió.

Dejé mi vaso sobre el escritorio y me pegué a ella. Atraje su cuerpo hacia el mío poniendo mis manos en sus glúteos – finalmente – y encontré su boca con sabor al vodka que estaba bebiendo. Sus brazos me rodearon y correspondió a mi beso sostenidamente.

- Pues esta tarde vas a hacerlo. – le dije, mientras le besaba el cuello, aspirando su perfume con intensidad, mientras una de mis manos encontraba sus pechos.

- Me estás excitando terriblemente. – dijo. Y agregó – Hace tres meses que mi marido no me toca.

- Ridículo. Una razón más para que recuerdes esta tarde. – respondí mientras le bajaba el cierre del vestido. Cuando llegué al final se lo saqué de los hombros y cayó al suelo, dejándola completamente desnuda exceptuando sus zapatos blancos de taco alto.

Martina se sentó en un sillón, me bajó el pantalón y los calzoncillos y mi crecida verga quedó apuntando a su cara. Sin demoras la humedeció con su lengua y luego comenzó a chupármela mientras mis manos exprimían sus pezones. Sus delicados dedos de la mano derecha estaban enroscados en mi verga y ella alternaba masturbadas con lamidas y chupadas. Su mano izquierda se ocupaba de mi escroto ya fuera acunándolo o rascándolo ligeramente con sus uñas rojas. La dejé hacer por un minuto y luego le dije,

- Siéntate en el borde del escritorio.

Apenas lo hizo me ubiqué entre sus piernas, le chupé los pezones erectos y le metí dos dedos en su caliente y empapada concha mientras mi pulgar frotaba su clítoris.

- Me vas a provocar un orgasmo. – me dijo.

Detuve el movimiento de mi mano y comprobé que su cadera realizaba un vaivén haciendo que su concha engullera mis dedos. ¡Martina me estaba cogiendo los dedos!

- No será el último. – le respondí, reanudando mis movimientos en sincronía con sus caderas. Mi boca se juntó con la suya y mi mano libre se ocupó de sus tetas.

El orgasmo que tuvo la estremeció de pies a cabeza y tuvo que taparse la boca para mitigar el volumen de sus gemidos. Había llegado el momento.

- ¡Penétrame! ¡Méteme tu pija, por favor! ¡Cógeme! – rogó.

Humedecí la cabeza de mi verga con sus jugos y no tuve dificultad alguna en penetrarla, en metérsela, en cogerla, tal como me lo pedía. Mientras yo me ocupaba de los movimientos de mi falo dentro de su vulva, Martina se sostenía sentada con un brazo y con la otra mano se estrujaba los pezones. Su pierna izquierda se apoyó en mi hombro derecho. Mis manos sujetaban sus nalgas.

Le metía la pija con ritmo lento, buscando llegar hasta lo más profundo de su cavidad. Sus ojos verdes estaban clavados en los míos, su boca abierta emitía apagados gemidos y toda su cara reflejaba placer.

- ¡Así, así! ¡Me encanta lo que haces! – dijo. – ¡Voy a tener otro orgasmo!

Aumenté el ritmo de mis penetraciones y el sonido de nuestros cuerpos chocando se hizo más audible lo que aumentó la excitación del momento. Martina se tapó nuevamente la boca con su mano, puso sus ojos en blanco y luego los cerró mientras un profundo orgasmo estremecía su cuerpo. Volví a penetrarla con lentitud deliberada pero profundamente y a la cuarta penetración mi verga se descargó. Los espasmos de la misma derramaban mi semen en su interior una y otra vez y Martina seguía estremeciéndose.

- ¡Déjame limpiarte! – dijo cuando ambos nos calmamos. Se arrodilló delante de mí y lamió y chupó mi pija limpiando sus jugos y extrayendo las últimas descargas de mi leche.

Cuando se levantó tomé su cabeza en mis manos y la besé apasionadamente. Mientras se ponía su vestido y yo levantaba mi ropa dijo,

- Mi marido se va a un viaje de negocios el domingo. Espero que puedas visitarme durante la semana que estará ausente.

- ¿Qué tal si vengo el lunes… a las seis de la tarde? – le dije, para que comenzara a gozar ya de nuestro próximo encuentro, que esperara con ansiedad la llegada del lunes a la tarde.

- Te estaré esperando. – dijo, mientras me daba un corto beso de despedida y acariciaba fugazmente mi entrepierna. – Mi colita también. – agregó, y me dejó pensando todo el fin de semana en la llegada del lunes.

Recogimos nuestros vasos y volvimos a la fiesta.


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