Los orígenes perdidos
Por Juglar.
Enviado el 26/06/2019, clasificado en Amor / Románticos
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El domingo, a punto de apagar las luces para dormir, Don Alejandro sintió la necesidad de hacer las paces, consciente del peso que carga un hombre que sufre mal de amores, se incorporó y reconoció a la vanidad cuando paso frente al espejo, así que se la quitó de encima y la colocó sobre la cama.
Después de tocar a la puerta cuatro veces sin respuesta, decidió entrar y descubrió que Alejandro escapaba por las noches, se supo burlado y regresó rápidamente a la recámara, se puso los zapatos de trabajo y le arruinó el sueño a su orgullo, salió a la calle y se dejó guiar por el aroma de lavanda que su hijo acostumbraba a colocarse después del baño, casi al llegar al mercado estaba a punto de alcanzarlo y con la rabia en la garganta le grito:
¡Párate ahí muchacho!
Alejandro no tuvo miedo entonces, sabía exactamente lo que debía decirle, dio la vuelta y espero a tener a su padre de frente: Si me va usted a romper el corazón no le dé más rodeos, dígame aquí mismo si cuento con su apoyo.
No es tan fácil hijo –respondió Don Alejandro- regrésate a la casa y platicamos.
Alejandro aceptó, consciente del carácter difícil de su padre. Durante el trayecto escuchó los ejemplos prácticos de la inutilidad que puede tener un hombre al que no le cuestan las cosas, no dijo ni una palabra.
El monólogo de Don Alejandro siguió en casa, acompañado de una taza de café:
-Si te quedas con ella no serás un hombre completo Alejandro, siempre serás un ayudante o un capataz pero nunca un hombre, no sabrás arar la tierra, sudar para ganarte el alimento, no conocerás el valor de las cosas, ¿crees que al padre de Julia le importa lo que vive la gente fuera de sus muros?
Y encima no va a misa –agregó la abuela de Alejandro-
Imagínese usted –dijo Don Alejandro en tono de burla-, la respuesta es no.
Julia si va a misa padre, en realidad me casaré con ella…
¿Casarte? –lo interrumpió- pues te casarás con el Espíritu Santo entonces, prefiero un hijo cura que un inútil.
Lo que pasa –respondió Alejandro- es que mamá lo dejo por un hombre con dinero, por eso les tiene tanto coraje.
Bien –dijo su padre, mirándolo con furia y el puño cerrado- mañana mismo te internas en el seminario, te lo juro por mi santa madre.
II
La abuela de Alejandro intentó interceder, antes de acostarse entró a la habitación de su hijo:
Espérate por lo menos a que termine la semana santa –le dijo- piénsalo bien, puedes arrepentirte, el muchacho solo está enamorado.
La respuesta de Don Alejandro fue tajante: No, mañana mismo se va para allá.
Siempre te he dicho que es mejor decirle la verdad –replicó la abuela- cuéntale que su madre se fue con el padre de Julia, tal vez eso lo aleje.
-¿Para darle la razón al muchacho? No madre, prefiero ahorrarme la vergüenza-
¿Es por ti entonces? Es tu orgullo, Alejandro.
Vaya a dormir madre –contesto él-.
Hijo, puedes equivocarte, tal vez no es necesario…
Pierda cuidado, él estará bien.
III
Cerca de la medianoche Julia comprendió que Alejandro no llegaría, se quedó esperando sentada en el peldaño más alto de la escalera y recargando su cabeza contra el barandal metálico, bajo la mirada comprensiva y cómplice de su hermana mayor, Margarita.
Se quedaron en silencio hasta que Margarita se atrevió, consciente del cataclismo que puede causar un amor no consumado:
Tranquila niña, el vendrá, tarde o temprano, otro día, aunque tenga que causar un apocalipsis para cumplirlo.
¿Tú crees? –Preguntó Julia-.
¿Lo del apocalipsis? –Respondió Margarita- sí, bueno, está escrito que…
Julia la miró y se burló tiernamente: no hablo de eso, hablo de que venga…
Niña malcriada –contestó Margarita, divertida- podría jurar que lo veo venir para aliviarte de eso que quema en el pecho…
¿Del amor? –respondió Julia-
Del amor –confirmó la hermana-.
Complemento de La temporada más lluviosa.
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