Escena con el modelo

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José, electricista de cuarenta años, fue llamado a resolver una falla de energía en un teatro. Después de manipular los circuitos, pasó al escenario a verificar que todas las luces estuvieran en orden y sorprendió a dos muchachos, muy bonitos, acariciándose; ellos se separaron bruscamente y sus cachetes se pusieron rojitos, pero José estaba en su trabajo técnico y no prestó (creyó no prestar) atención. Los modelos, que también estaban en su ensayo, lo continuaron mientras José en el otro espacio seguía trabajando y no se le quitaba de la cabeza la hermosa figura del muchacho de pelo largo y castaño; desconcentrado, sintió deseos de orinar y se fue al baño; terminando, al ir a secar la puntita con un trozo de papel, no fue capaz de retirar la mano de ese miembro que se estaba poniendo grandote, se lo agarró bien y se hizo una paja violenta desvistiendo al chico en su mente. Al salir, vio que los hombrecitos ya salían y el que le había gustado giró la cabeza para darle “últimas”.

Al día siguiente fue llamado de nuevo, pues había fallado un circuito que él había dejado “envenenado” a propósito, y tuvo pleno éxito en su deseo de ver nuevamente al chico; allí estaba, esta vez rodeado de chicas tan bellas como él, pero en un descuido le guiñó un ojo a José. Este se las ingenió para estar moviendo cables, ensayando conexiones, probando luces, hasta que se despidieron las chicas y el muchacho se quedó sentado en el piso mirando al techo. Entendió José que lo esperaba, se le acercó y le preguntó:

- ¿Cómo te llamas?

-Alonso.

-Yo soy José; ayer me llamaste la atención.

-Ayer me gustaste.

-Pero yo te doblo en edad.

-¿Y eso qué importa? ¿Acaso te tengo que solicitar documento de identidad para hacernos amiguitos?

Esa palabra, “amiguitos”, puso a José a mil. De una vez le tendió una mano para levantarlo del piso y Alonso, al llegar a su altura, se le pegó al cuerpo. José se turbó y miró a todos lados; Alonso le aseguró que allí no quedaba nadie y que, si pasaba el vigilante, se haría el tonto, pues eran compinches. José comprendió el significado, pero de todos modos trajo al muchacho hacia un rincón en penumbra y allí le acercó los labios a la boca. Alonso, mientras lo besaba con pasión, le desabotonaba la camisa y le bajaba el pantalón, de donde salió una polla inmensa babeando; quiso agacharse a meterla en su boca, pero José le pidió dejarse desvestir antes; le subió la blusa de encaje para sacarla por la cabeza, le bajó el ancho pantalón de satén rosado y apareció un bello calzón interior semi-tanga de seda negra con exquisitos bordados blancos. Él no se lo dejó quitar y se arrodilló a tragarse la verga de José.

Después de una embriagante mamada, Alonso se llevó las manos de José a su pantalón interior y se las dirigió para hacerlo deslizar hacia abajo. Para gran sorpresa del electricista, que creía al muchacho un mariquita muy femenino, tenía un miembro inmenso en erección palpitante, como diciendo “mámame”; quiso obedecer esto, pero el chico nuevamente impuso sus condiciones: “yo me agacho y tú me penetras mientras me masturbo; así es como me gusta”.

La penetración fue como un acceso al séptimo cielo; el chico gemía complacido, pedía más y se agitaba su cosa con energía. Eyacularon ambos al mismo tiempo y ya se vestían cuando pasó por allí “casualmente” el vigilante, que esbozó una sonrisa maliciosa y José le notó mojada la entrepierna. Despidiéndose, le dijo al chaval que le diera su teléfono para llamarlo, pues lo había dejado enamorado. Este se lo dio y además le pidió salir juntos, porque ahora el celador le pediría “algo” que él no estaba en capacidad de hacer porque “tu rica cogida me dejó agotado”.


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