Naturaleza (parte 1)

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Era un día Domingo de verano, me levanté temprano para realizar una "apretada agenda", todos los de mi curso teníamos que encontrarnos en la plaza  y desde ahí planear el día, ir al cine  luego al parque de diversiones, jugar un poco de futbol y básquet, pasear por toda la ciudad, eran los últimos días juntos ya que al día siguiente, Lunes, se realizaba la fiesta de promoción y desde ahí cada cual a seguir su propio camino, pero lo que me extraño y me molestó era que nadie se acordara que hoy también era mi cumpleaños, que en cuestión de horas pasaría a ser mayor de edad.

-Me acorde que tenía que verme con mi padre en el centro-, dije con dosificada molestia, aunque deseaba quedarme y darle alguna excusa a mi progenitor para no ir, este olvido de mis compañeros hizo que se esfumaran mis ganas de divertirme.

Ana, mi novia se dio cuenta de mi enojo, viéndome fijamente con esos ojos marrones acercó su cuerpo al mío y con melosa voz me dijo al oído:

-Mas tarde veras lo que te preparamos y en la noche recibirás mi regalo, como acordamos -.

Sentí recorrer por mi mejilla el vapor caliente que exhalaba por sus rojos labios y detenerse cerca de mi boca, brotando con calmada malicia una lengua rosada y húmeda que al tocar la comisura de mis labios me hizo estremecer, jamás me imaginé que esa chica tímida e inteligente guardara tales instintos “depredadores”, y solo atine a decir con notado nerviosismo:

-A las diez entonces-.

 En ese momento se me aclaro todo el panorama, una fiesta sorpresa, seguramente orquestada por mi madre, y en la noche el placer en toda su gloria, me despedí de mis amigos, no quise tomar el autobús ya que con este calor era más fácil llegar caminando al centro, por donde se mirara había ese vaho caliente que distorsionaba la imagen, era como si todo lo que tocase los rayos del sol se cociese en su propio jugo.

Ya a pasos del centro de la ciudad donde se erigía un parque sembrado de árboles, arbustos  y plantas de todo tipo, me anime a comprar un cono de helado de vainilla, su frescura en mi boca se expandía por todo mi cuerpo.

-Hijo, aquí -, gritó mi padre desde una lejana banca, acudí raudo a su encuentro,- Que tal tu día, con este calor dan ganas de no volver a la oficina,-Hizo una pausa mientras se secaba el sudor de la frente y viéndome picarescamente me dijo,- Sigues empeñado en la moto-.

-Así es -, le contesté asintiendo con la cabeza.

-Bueno, aunque tu madre no esté de acuerdo sobre la moto, ¿Cuántas veces uno cumple la mayoría de edad?, vamos a la tienda, tengo que regresar a las dos a la oficina-.

-Jaime-.

A nuestras espaldas se escuchó una voz, era Joaquín un amigo de mi padre.

-Joaquín, que tal, que haciendo por aquí-, pregunto mi progenitor mientras se estrechaban la mano efusivamente.

-Aquí de regreso de un viaje de negocios-, contesto Joaquín mientras se limpiaba el sudor de la calva,-Vaya calorcito debí de quedarme en Noruega, ahí sí que hacía fresquito-.

-Calor como para entrarle al negocio de agua embotellada, que dices, te animas-, y así empezó a fluir un ciclo de malos chistes y carcajadas entre colegas.

Mientras yo, sumido en mi mundo de futuras expectativas, tan ansiadamente esperadas, de recorrer curvas suaves y palpar lo más recóndito de una mujer, todo ese pensamiento se resumía, se arremolinaba hasta compactarse en ese cono de helado, cada vez que probaba su frescura en mi boca, estallaba en mi mente una nueva imagen, una nueva pose, un nuevo gemido; pero algo me incomodaba, una sensación de estar envuelto por dos serpientes de fuego, como una presa, me sentía observado.

-Te presento a mi esposa Mariana-, hablo Joaquín mientras extendía el brazo derecho y mi ojos seguían la parábola que formaba, de pronto mi mirada choco con la fuente de aquella lascivia que me cubría, eran unos ojos verdes, que me observaban tan fijamente como lo hace una leona a un despreocupado cervatillo, me desconcertó un poco tal descubrimiento, pero no le di mayor importancia

-Jaime Olivera, a sus pies-, dijo mi progenitor mientras besaba ceremoniosamente la mano de la señora.

-No hace falta tanto protocolo, solo es mi mujer-, dijo Joaquín entre risas.

-Hace tiempo que dejo de ser un pequeño, para convertirse en un hombre hecho y derecho, aquí está mi hijo Matías-, dijo orgulloso mi padre.

-Matías vaya, que hombrón estas hecho, vas mucho al gimnasio-, decía en tono burlón mientras me saludaba con un apretón de manos, dirigiéndose a mi padre,-Jaime te tengo un negocio, en el cual podemos ganar muy buen dinero, te animas-.

-De que se trata-.

-Vamos a tu oficina-, ahí te explico.

Mi padre viéndome y dudando un poco me hizo el ademán de que aguardara un rato, mientras se iban Mariana iba detrás de su esposo, de repente Joaquín se dio vuelta y con sarcasmo  dijo:

-Que harás en la oficina, traernos el café-, los dos rieron, luego con un semblante más serio dijo,- Quédate aquí-.

Cabizbaja, esquivando mi mirada la mujer se fue a sentar a la banca, no sé si enojada o avergonzada de cómo le trataba su esposo.

Me senté también en la banca concentrado en saborear mi helado y así diluir en un largo silencio el momento tan incomodo que se respiraba.

De pronto sentí en mi mano que sujetaba el cono de helado un hilillo frio y meloso que se escurría entre mis dedos, mi lengua se aprestaba a contener aquella fuga, con rapidez felina se adelantó Mariana que con su húmeda y rosada lengua hizo desaparecer aquel riachuelo que se formó en mis dedos, hasta que la punta de su lengua rozó la mía, todo fue tan raudo y sorpresivo que no me dio tiempo ni de apartar la cabeza; la mujer se volvió a sentar mientras su boca  se deshacía en una explosión de placer y eso se notaba por los sonidos que imagine solo brotaban en el éxtasis del orgasmo.


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