Amor a primer beso

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Sabíamos que iba a pasar, sólo debíamos buscar alguna situación que justificara un beso en medio de la sala de cine oscura y casi vacía. Y fue así, cómo no queriendo la cosa, quitaste el resposabrazo que nos separaba y fingiste buscar palomitas cuando sólo buscabas mi mano. Acaricié tu mano con las yemas de mis dedos, pronto la rodeé toda y la apretaste ligeramente.
Te obligué a verme a los ojos mientras me relamía los labios, preparándome para el siguiente paso: un beso. Sería el primero entre nosotros, así que no me equivoco cuando digo que los nervios eran mutuos ¿Y si no nos gustaba? ¿Y si a uno se le salía un moco? ¿Nos chocarían los dientes?
Todas las posibles cuestiones desaparecieron cuando tomaste la iniciativa de juntar tus labios con los míos. Eran impresionantemente frescos, délicadamente húmedos, suavecitos al contacto; nada como lo que había probado antes. El lento movimiento de nuestras bocas era tan pasivo como sensual. Mantuve los ojos bien cerrados, perdiéndome en la bella sensación que me recorría a cada momento, era hermoso poder experimentar como, poco a poco, nuestros labios se conocían; cómo nuestras lenguas se cortejaban; cómo nuestras bocas se adaptaban a otra cosa que no fuera articular palabras.
Ahí descubrí que los besos también eran una forma de hablar, y seguro que tú también lo hiciste, pues juro que entendí que querías decirme cuánto habías deseado tenerme así y espero que tú hayas logrado sentir que nadie me había besado con tal intensidad.
Tus manos eran casi el doble de grandes que las mías, así que te fue fácil cubrir la mía por completo. Llevaste mi extremidad hasta tu pecho, donde me dejaste sentir que el corazón estaba por salirse de su lugar. Me aferré más a ti, para que pudieras notar lo vulnerable que me hacías sólo moviendo tus labios sobre los míos. Me rodeaste tan confiadamente de la cintura que entendí habías captado mi mensaje.
Reposaste tu frente contra la mía, dando una pausa para que pudiéramos recuperar la respiración que aquel beso nos había robado. Me causaba unos nervios hormigueantes abrir los ojos y quién sabe por qué, si una vez que lo hice me encontre con el oasis de tus ojos miel concentrados totalmente en mí. Contemplé con ternura tu semblante serio encarándome con cariño.   Qué bueno que mi duro corazón nunca creyó en el amor a primera vista, pues de haber sido así, seguro se habría quedado escéptico al amor a primer beso...


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