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Rayos de sol. Luz de luna.
Por Liandre89
Enviado el 14/06/2013, clasificado en Amor / Románticos
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Ella se sentía desplazada, sola y repudiada. Había dejado de ser fértil, no podría engendrar vida y tampoco se veía bella, su cuerpo lleno de cicatrices marcaban su piel de tantos golpes que recibió durante los siglos. Se escondía en el manto negro que le ofrecía el universo, ocultaba su melancolía y sus sueños, olvidó que una vez formó parte de la esfera de la vida, porque aquellos recuerdos no traían más que sufrimiento. La abandonaron, arrancaron su ser de lo que más quiso y la expulsaron lejos de manera cruel. Aun miraba a su alma gemela con cariño, esos sentimientos que una vez compartieron y ahora solo ella anhelaba volver a tener, algo imposible porque marcaron las distancias, y ella, lo único que podía hacer en ese momento, era girar a su alrededor con cautela y contemplar la belleza que guarda en su interior. Entre ellos una vez el amor fue, pero ya nunca más será. En algún instante, mientras rodeaba aquello que amó, advirtió una luz no muy intensa tras lo que solía observar. Esta luz fue intensificándose poco a poco, rayos que se desprendían hasta el infinito de manera caótica, una luz que comenzó a tornarse radiante y llena de fuerza, iluminando las distancias que los separaban. En un punto, ambos se encontraron, y vislumbraron sus rostros en la lejanía. Ella sintió algo cálido sobre su piel, que reposaba suave por cada herida, curando la sensación de frio y soledad que durante tanto tiempo la acompaño. Levantó la mirada y curioseó los ojos de aquel que desde el otro lado también posaba su vista sobre ella. Durante un lapso se quedaron con la mirada fija el uno sobre el otro, congelados en el tiempo y el espacio. No sabían que decir , como empezar a entablar una conversación y sobre que hablar, y la sensación que experimentaban era sumamente agradable, tanto que las palabras dejaban de ser relevantes. Pero ambos sentían la necesidad de conocerse, por lo que las palabras tenían que brotar de algún modo, y fue él, con su gran voluntad y energía quien habló.
- Es la primera vez que te veo, y aunque no te conozca, parece ser que guardas tras tus ojos una pena profunda y amarga.
- Yo tampoco te conozco, pero has acertado. Y de algún modo parece ser que tu guardas en tu interior el fuego de la vida.
- Y dime, tú que eres sutil, suave y bella, ¿qué te hace refugiarte en la inmensidad del vacío universal? ¿Por qué tu dulce rostro no muestra más que tristeza?
- Me alagan tus palabras. Pero creo que la distancia te confunde y por tanto, exageras lo que dices. Mi tristeza es mi soledad, es el sentimiento de sentirme inútil y de pensar que aquel con el que una vez compartí lecho, ahora no recuerda quien soy.
- No puedo imaginar a nadie que olvide esos ojos grises tan profundos, pero si puedo servirte de consuelo, me gustaría que supieras que a pesar de la distancia que nos separa, siento algo por ti. En el momento en el que te vi, conseguiste que mi ardiente corazón explotara y que partes de mi volaran con los vientos hacia otras galaxias.
- Eres muy amable, tu también me has gustado. No he conocido a nadie con tu espíritu, y cuando hablas siento tu aliento cálido en mi rostro, una sensación placentera que nunca he percibido. Pero no sé cómo puedes sentir eso por mí, yo que estoy vacía de toda vida.
- No estas vacía. Te valoras poco, pero quiero hacer algo por ti, quiero hacerte feliz. Necesito ver una sonrisa, necesito verte plena. Necesito que, a pesar de la distancia que nos separa, alguna vez nos podamos acercar y acariciarnos, sentirnos el uno al otro y desnudarnos bajo el manto oscuro e infinito que nos envuelve, aunque nunca puedas estar conmigo frente a la eternidad.
- Pero como...
Él no la había dejado terminar cuando la beso. Ella comenzó a notar que algo estaba cambiando, algo que hacía tiempo que no había sentido y que después de tanto tiempo la hacía sentirse conmocionada. La luz se sumergió por cada una de sus heridas, por cada poro de su piel, introduciéndose en las arenas polvorientas de su cuerpo y aferrándose a cada grieta de su alma. Cuando abrió los ojos, lo vio a él, con sus ojos amarillos radiantes, desprendiendo vitalidad y calor a medida que se alejaba. No dejaba de sonreír, pero ella se preguntaba por qué se marchaba, no lo entendía y no podía contenerse. Tuvo que gritar.
- ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué me abandonas después de darme parte de tu ser? ¿Acaso lo que sientes no ha sido sincero?
- He sido sincero contigo, pero tú no me perteneces, eres libre y alejarte de lo que una vez amaste seria egoísta. Solo quiero ver que eres feliz, y que demostraras a aquel que una vez te amó que es así ahora. Mostraras tu sonrisa, te mostraras plena, y cuando comience a menguar tu luz, desaparecerás. Volveremos a vernos, jugaremos, y te regalare parte de mi espíritu, para que vuelvas a mostrarte radiante.
- Pero a mí me gustaría estar contigo, que giremos el uno alrededor del otro y compartir esta luz.
- Lo estaremos, siempre volveremos a encontrarnos, pero no podemos estar para siempre juntos. Tu ya no vas a desprenderte de aquello que has amado, pero no estés triste ahora, porque cuando él te vea, te deseará y no podrá poseerte, porque giraras a su alrededor, alejada, para recordarle lo que ha perdido por su comportamiento déspota. Tu siempre has sido algo grande y bello, pero no supo amarte. En cambio yo, te amaré por siempre.
La luz finalmente se apagó. Como el eco, los reflejos retrocedieron desde el infinito hasta el punto del que partieron. De nuevo, aquello que amó se postró ante sus ojos, pero esta vez ella lo miró sin sentirse vacía, esta vez sus ojos grises estaban iluminados de alegría y esperanza. Ahora, la deseaban. Pero ella no pertenecía a nadie, aunque su amor en este momento hubiera tomado un rumbo que nunca hubiera esperado.
- Es la primera vez que te veo, y aunque no te conozca, parece ser que guardas tras tus ojos una pena profunda y amarga.
- Yo tampoco te conozco, pero has acertado. Y de algún modo parece ser que tu guardas en tu interior el fuego de la vida.
- Y dime, tú que eres sutil, suave y bella, ¿qué te hace refugiarte en la inmensidad del vacío universal? ¿Por qué tu dulce rostro no muestra más que tristeza?
- Me alagan tus palabras. Pero creo que la distancia te confunde y por tanto, exageras lo que dices. Mi tristeza es mi soledad, es el sentimiento de sentirme inútil y de pensar que aquel con el que una vez compartí lecho, ahora no recuerda quien soy.
- No puedo imaginar a nadie que olvide esos ojos grises tan profundos, pero si puedo servirte de consuelo, me gustaría que supieras que a pesar de la distancia que nos separa, siento algo por ti. En el momento en el que te vi, conseguiste que mi ardiente corazón explotara y que partes de mi volaran con los vientos hacia otras galaxias.
- Eres muy amable, tu también me has gustado. No he conocido a nadie con tu espíritu, y cuando hablas siento tu aliento cálido en mi rostro, una sensación placentera que nunca he percibido. Pero no sé cómo puedes sentir eso por mí, yo que estoy vacía de toda vida.
- No estas vacía. Te valoras poco, pero quiero hacer algo por ti, quiero hacerte feliz. Necesito ver una sonrisa, necesito verte plena. Necesito que, a pesar de la distancia que nos separa, alguna vez nos podamos acercar y acariciarnos, sentirnos el uno al otro y desnudarnos bajo el manto oscuro e infinito que nos envuelve, aunque nunca puedas estar conmigo frente a la eternidad.
- Pero como...
Él no la había dejado terminar cuando la beso. Ella comenzó a notar que algo estaba cambiando, algo que hacía tiempo que no había sentido y que después de tanto tiempo la hacía sentirse conmocionada. La luz se sumergió por cada una de sus heridas, por cada poro de su piel, introduciéndose en las arenas polvorientas de su cuerpo y aferrándose a cada grieta de su alma. Cuando abrió los ojos, lo vio a él, con sus ojos amarillos radiantes, desprendiendo vitalidad y calor a medida que se alejaba. No dejaba de sonreír, pero ella se preguntaba por qué se marchaba, no lo entendía y no podía contenerse. Tuvo que gritar.
- ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué me abandonas después de darme parte de tu ser? ¿Acaso lo que sientes no ha sido sincero?
- He sido sincero contigo, pero tú no me perteneces, eres libre y alejarte de lo que una vez amaste seria egoísta. Solo quiero ver que eres feliz, y que demostraras a aquel que una vez te amó que es así ahora. Mostraras tu sonrisa, te mostraras plena, y cuando comience a menguar tu luz, desaparecerás. Volveremos a vernos, jugaremos, y te regalare parte de mi espíritu, para que vuelvas a mostrarte radiante.
- Pero a mí me gustaría estar contigo, que giremos el uno alrededor del otro y compartir esta luz.
- Lo estaremos, siempre volveremos a encontrarnos, pero no podemos estar para siempre juntos. Tu ya no vas a desprenderte de aquello que has amado, pero no estés triste ahora, porque cuando él te vea, te deseará y no podrá poseerte, porque giraras a su alrededor, alejada, para recordarle lo que ha perdido por su comportamiento déspota. Tu siempre has sido algo grande y bello, pero no supo amarte. En cambio yo, te amaré por siempre.
La luz finalmente se apagó. Como el eco, los reflejos retrocedieron desde el infinito hasta el punto del que partieron. De nuevo, aquello que amó se postró ante sus ojos, pero esta vez ella lo miró sin sentirse vacía, esta vez sus ojos grises estaban iluminados de alegría y esperanza. Ahora, la deseaban. Pero ella no pertenecía a nadie, aunque su amor en este momento hubiera tomado un rumbo que nunca hubiera esperado.
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