Nos encontramos en la parte trasera del bar, bajo la luz de las lamparitas tristes; adentro los no indispensables bailaban. Creo que en su caso debió ser el efecto de lo poco que había bebido, probablemente con seis sentidos alerta no se atrevería con alguien tan ordinario; confirmo que en el mío fue el impulso que me había hecho falta desde siempre, y en gran parte la necesidad de alguien… al final las circunstancias nos arrastraron, reptando por el piso entre los acordes de una canción cómplice.
Fuimos conscientes del frío cuando los destellos corporales se insinuaron a través de su blusa, se rió apenada, siguió colocarle mi chaqueta.
¿Y ahora? –preguntó-
Tengo una puerta secreta para ir a Saturno –le dije- construí un trampolín, listo para saltar a Titán y sumergirnos.
Me miró con extrañeza, después me hizo la pregunta más linda del mundo: ¿También es usted poeta?
Me atreví: ¿No tienes la sensación de conocernos de antes?
No –dijo muy segura- no suelo venir a estos lugares, solo cuando es el cumpleaños de alguien, justo como hoy.
Me sentí fuera de lugar y quise aclarar que yo tampoco era asiduo a la vida nocturna, afortunadamente ella dio el siguiente paso:
¡Ya sé! Eres el tipo que no sabía aparcar, la semana pasada… en el lado oscuro de la luna.
¡El mismo! –respondí- pensé que no lo recordarías.
Conversamos largo rato, me percate del ejército de galácticos seres microscópicos que salía de su cuerpo disparando feromonas en dirección mía con la intención total de dañarme… les desplegué una bandera blanca.
No uso teléfono –dijo cuándo le pedí su número- pero la semana siguiente será el cumpleaños de alguien más.
Se despidió con un beso en la mejilla y olvidó devolver mi chaqueta, desde entonces he vuelto cada semana durante 8 meses, me distinguieron con el título de cliente frecuente, incluso los meseros me ayudan a investigar entre la gente, por si alguien la conociera, la única pista que tengo es su nombre y su esencia impregnada en mi recuerdo.
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