PÚTRIDO MONÓLOGO
Ábreme corazón, los sueños muertos,
que hacen lentas las olas de los pañuelos,
en la caoba de las veladoras del río,
desplegando en los bosques blusas.
Háblame corazón de las derrotas anegado,
de las liras y el trayecto del barro,
que está tendido en los rayos desnudo,
atigrado, en los claros gorjeos ligeros.
Dime las cosas que las palabras callan,
que los castaños discuten de amarillo,
repletos los bolsillos mofándose barato,
del binóculo en la curva de la yerba.
Hazme una tempestad con los pálidos latidos,
de los desvelos de las desempleadas mareas,
con la pobreza arrolladora del ojo necio,
en el rancio y rico ocio del fósforo hundido.
Mira los retorcidos espejos fermentarse raudos,
de puerta en puerta sin trabajo digno endebles,
en el delirio de las nubes amenazadas agrias,
con el despido infame de las flores imponentes.
Corre a ofrecer el pulso orgulloso y cruel trino,
en la memoria desvestida de apariencias vana,
con las esquinas del fervor imprevisto impuesto,
por donde se arrodilla el invierno tumultuoso.
Porque he conocido la turbia espalda en fuga,
del pantano en la otra orilla del duelo desgajado,
con la tierna pañoleta de la infecta silla ilustre,
enorme, amorfa y temblorosa rebanada dócil.
He visto las uñas del instante devorar fácil,
la eternidad fósil, con sus pieles de cordero,
en el fondo hiriente de los cuchillos candente,
con la red vengativa del pescado en florituras.
Me he estremecido de la miel infamante,
donde los gusanos piensan sembrar seda,
y los enormes colmillos son más bastos,
que espadas o copas de alquitrán robado.
Nada es peor que no comer sueños despierto,
en las ventanas que lloran sus vidrios molidos,
embalsamando las sonrisas de algodón duro,
con todas las tumbas fabricadas por el alba.
Corazón, ya la sombra es mártir, frágil luna,
en el crepúsculo vendido de las viejas ataduras,
renovando al torbellino con cargas de grietas,
por los párpados inmundos que los gozan.
Nadie puede con el monólogo inclemente lira,
anudar al cocodrilo con las tristezas dispersas,
ni con la antropofagia vestir, las banderas raídas,
entre las letras que degüellan las palabras veraces.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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