Siempre me ha resultado extraño que hables de esa novia tuya con tanta insistencia, todo lo que escribes tiene su nombre… si tan amigos somos ¿por qué no me la has presentado? –me dijo por enésima ocasión. No pude evitar sentir un tono de burla a su pregunta siguiente: ¿o que excusa tiene ahora para no acompañarte?
-No le contesté, pero me moría –aún hoy- por decirle que Julia no era otra sino ella misma, desde siempre y para siempre, quería contarle que elegí ese nombre porque así se llamó el personaje que interpretó en la obra de teatro de la facultad, quería confesarle que cada historia creada en cada letra idealizada cada mañana tenía su rostro, su candor, su voz… en cada circunstancia, fuese enamorándose de un seminarista fallido que se convirtió en ángel, siendo una misionera espacial luchando contra seres galácticos o una aparición vestida de mujer hermosa para sembrar la muerte, y tantas otras… todas y cada una eran ella, idealizada de distintas formas, en algunas ocasiones para amarla más, en otras para ver si lograba sacarla a través del trabajo lírico de mis dedos, pero su presencia insistía, en el sabor del agua cruda y en la amargura de los malos tragos, en la belleza de la superstición y en lo irreparable de la certeza, en la paz del amor sin malicia y en el deseo de volverla hermana del viento, entregándose sin pausas, sin recatos, sin remordimientos, vestida con lencería de la seda más cara y también con la del mercado de la cuadra… y hubiese seguido hasta el final de los tiempos, encontrándole más propiedades benéficas o remendándole los defectos, volviéndola tirana e infame, dictadora de hogar y caritativa del sentimiento, colgándome sus palabras en el cuerpo, como los milagros que se le colocan a los santos en los templos, construyéndole ficciones convenientes; pero la realidad era otra, me orillaba al ambiente vacío de su existencia sin probabilidad alguna, porque hacía tiempo que me había enterado de su compromiso y porque la noticia me relegó a una esquina, como un boxeador cobarde que ante el golpe decide no regresar a pelear para arañar la gloria…
Hubiese querido tanto, pero me quede callado y regrese a mi hermetismo sin tregua, a mi palacio de silencios, ese lugar que ella creía nunca haber penetrado y de la que sin saberlo era reina.
-Vendrá para tu boda - le dije, porque no tenía remedio y porque sigue sin tenerlo.
¿Podría ser dama de honor? –me preguntó sonriendo.
Podría –dije- seguro que sí podría.
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