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Y allí estaba, sentado en un sillón azul, aguardando la decisión más importante de su vida, ahora en las manos de aquellos hombres justos que ni se inmutaron con lo fundado de su apelación. Tan solo el silencio displicente de la decisión ya tomada: culpable. Mas en ese último momento, en el que cesan las pretendidas deliberaciones, y se vislumbra al mensajero de la muerte en el haz de luz que dibuja la puerta en su apertura, surge la fortaleza de no haberse sometido, y si de seguir las enseñanzas de sus padres de proteger siempre a los desfavorecidos.
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