Hacerte entender lo que pasa por mi cabeza no es sencillo, ni pretendo hacerte ver todo desde mi perspectiva. Sólo te daré un ejemplo.
Seguro que hubo un día de tu vida que esperaste con ansias y anhelo, un día que sólo tú podías entender porque resultaba tan especial; puede que haya amanecido nublado y haya cambiado tu un poco tu mente. A lo mejor maldijiste que lo que tanto habías esperado llegara en un tono gris, casi opacando por completo el brillo del día que tu alma imaginaba. Quizás ese día no hiciste más que odiar las nubles y deseaste no volver a verlas; quizá cuando estabas a punto de disfrutar el tiempo alzabas la mirada para encontrarte de nuevo con el grisáceo color del cielo echándote todo abajo de nuevo.
Seguro que el día que tanto esperaste por la única razón que tú entendías, se había convertido en otra cosa.
Ahora vamos a un día cualquiera, cuando probablemente no esperabas nada pero caminabas por ahí con una vaga idea. Caminas y caminas sin rumbo, quizá recordando el fallido día del pasado o en cualquier otra cosa; pero de pronto te descubres mirando al atardecer que se presenta ante ti, con esos colores vivos e intensos que si los miras demasiado tiempo te encandilas. Pero no te importa, es tan hermoso que no puedes dejar de ver la maravilla de la naturaleza, te das cuenta de que las nubes no sólo se tornan grises sino que forman el arrebol más hermoso del mundo. Comprendes que el mismo factor que alguna vez hizo que tu día no fuera el mejor ni el favorito para recordar, ahora te regala una vista preciosa e inspiradora. Comienzas a recordar con una sonrisa cómo comenzaste la rutina diaria, recuerdas lo bien que te supo la comida, lo mucho que disfrutaste tu bebida favorita, lo relajante que fue llegar a casa y echarte sobre tu sillón preferido por ser el más cómodo... y si esa tarde no te enamoraste de las nubes con sus caprichosas combinaciones de colores; probablemente sí amaste todo lo que te hicieron ver, notar y sentir.
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