José García que era un hombre de unos cincuenta y tantos años de edad, de cabello entrecano; y que durante muchas décadas había sido el dueño de un importartante comercio familiar de objetos de regalo, se dirigía con su coche al domicilio de su primo Gabriel donde había sido invitado a almorzar y a quien hacía mucho tiempo que no veía, que estaba situada en el pueblo de El Masnou que era una localidad marítima de la zona del Maresme bastante cercana de Barcelona.
Gabriel vivía en un estupendo piso de un inmueble contruidido en el Paseo Central, el cual tenía un amplio comedor con unos grandes ventanales por los que entraban desbordantes los dorados rayos del sol que acariciaban con su calurosa luminosidad los funcionales muebles de la estancia, y que a través de los mismos se divisaba el inmenso y plateado mar.
A José García su primo siempre le había parecido un sujeto algo prepotente ya que siempre él se ufanaba de ser un hombre mundano; que estaba de vuelta de todo; aunque no por ello José dejaba de apreciarle.
Cuando los dos hombres se encontraron en el umbral del piso se saludaron con un fraternal abrazo, y posteriormente el invitado cumplimentó a la mujer de su primo llamda Carmen que era una mujer morena; muy guapa, pero también un poco rechoncha; y como no a los dos hijos adolescentes de aquel matrimonio.
- Bueno ¿Y cómo te van las cosas? - se interesó Gabriel por su primo, mientras tomaban una cerveza sentados en unos mullidos sillones del comedor.
-¡ Estupendamente, oye! - respondió José con una amplia sonrisa-. Hago la vida que quiero sin tener que dar explicaciones a nadie. Que me da por ir a ver un espectáculo determinado, pues allá que voy; que me me apetce ir a almorzar a un restaurante especial y comer de capricho, pues no me lo pieso dos veces y ya me tienes allí. Por otra parte conozco a muchas personas que voy conociendo de una manera o de otra y me lo paso muy bien. Esto de vivir solo con plena independencia es muy ventajoso. ¡Jajaja! - rió con autocomplacencia-. Y francamente Gabriel. No entiendo el por qué la gente se queja tanto de todo, y muchos van por la calle con una expresión de amargados. Pero pensemos un poco. Ahora gracias a la Medicina que ha evolucionado tanto hay una mayor esperanza de vida en la población, cuando antes uno se jubilaba y al poco tiempo se moría. Eso sin contar con las epidemias. También años atrás la sociedad no estaba tan bien informada como lo está ahora, y había mucho analfabetismo. Además, nunca había habido tanta libertad en las costumbres como hoy en día. Yo creo que si ahora la gente no se siente feliz, es porque el ser humano nunca está contento con lo que tiene. ¡Pero yo no me puedo quejar! Desde que traspasé el negocio familiar a un Banco que me pagó muy bien, no tengo ningún problema económico, y mucho menos personal.
-Ah...Me alegro por ti. ¿Y no echas de menos a tu mujer y a tu hija? - inquirió Gabriel.
-¡La verdad es que a mi mujer Nuria para nada! Esto es agua pasada. Aunque también he tenido que adaptarme a las circunstancias; cosa que no es nada fácil. Para qué nos vamos a engañar. Entre mi mujer Nuria y yo la convivencia era imposible. Siempre estábamos discutiendo por tonterías - confesó José haciendo una mueca de desagrado-. Al fin no tuvimos más remedio que ir cada uno por nuestro lado. En cuanto a mi hija Blanca, que trabaja en una importante emisora de Radio, ella vive su vida, y está con un joven que es especialista en Informática. Pero ella viene a mi casa a verme de vez en cuando.
Al fin almorzaron con apetito puesto que Carmen, la mujer de Gabriel era una excelente cocinera y había preparado una refrescante ensalada, y unos sabrosos canelones de pescado; todo ello regado con un vino blanco de marca.
Mas a media tarde Gabriel para animar un poco el ambiente puso música, y en una discreta radio- tocadiscos que estaba en una estantería de la librería colocó un disquet cuyo contenido musical hizo dar un salto a José en el sillón como si le hubiesen pinchado con una aguja en el trasero. Se trataba de una serie de viejas piezas de mambos, interpretados por la orquesta del músico cubano Pérez Prado. Se podría decir que venía a ser una música "salsera" de aquellos años, que tenía un ritmo endiabladamente alegre, trepidante; con una marcha excepcional, cuyas vibraciones incitaban al sujeto más torpe para la danza a salir a la pista a bailar sin ningún complejo por su parte. Eran en suma unas notas tan bien sincronizadas sea con las trompetas y con los instrumentos de percusión que se calaban en la sensibilidad de quien las oyese y le hacían sonreir, infundándole a la vez un optimismo desbordante. Si el mambo PATRICIA era de lo más tonificante que cabía imaginar, AL RICO MAMBO era el no va más.
- Es que me gusta la música con la que nuestros padres se lo pasaban bien - aclaró Gabriel-. Si hoy en día seguimos escuchando música clásica como a un Mozart o a un Puccini, ¿por qué no podemos deleitarnos de igual modo con la música ligera de hace unos años como los mambos, o de otro estilo?
De súbito aquella vitalista música, al igual que la madalena que se toma el protagonista de la famosa novela EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO de Marcel Proust que le hace evocar un hecho romántico del pasado, al supuestamente ufano José García le hizo viajar con su memoria unos cuántos años atrás. Concretamente cuando él era casi un niño de trece años.
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