¡AL RICO MAMBO! 2

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Era una noche estival del mes de julio y José se hallaba cómodamente sentado en un sillón en el balcón de su casa leyendo el libro SIMBAD EL MARINO de la obra literaria oriental LAS MIL Y UNA NOCHE con la ayuda de una lámpara de pie, bajo un cielo poblado de rutilantes estrellas cuya brillantez era ilusorio porque éstas habían fenecido hacía miles de años, pero nosotros recibíamos su luz con un retraso temporal. Mas este conocimiento a José le pareció que era casi mágico.

En otro orden el libro que el niño leía dscribía unas hermosas playas  con unas aguas de un color verde turquesa que estaban rodeadas por una exhuberante vegetación, donde el héroe Simbad tenía que luchar contra unos pájaros gigantes, y tenía que ir a salvar a una bella princesa de las garras de algún villano.

José estaba enfrascado en la lectura cuando se le acercó su madre que era una mujer joven, alegre y de un atractivo similar a las actrices de Hollywood de la época.

-José. Tienes que ir a domir pronto, porque mañana tenemos que ir de excursión con unos amigos de papá - le avisó ella.

-¿Y a dónde vamos?

-A Tamariu. Un pueblo muy bonito de la Costa Brava. Te gustará.

De manera que José hizo caso a su madre, y al día siguiente la familia se encaminó con su coche a dicho lugar.

Pero lo extraordinario de aquella excursión fue que cuando José vio aquel maravilloso paisaje con un mar de un color azul o verde turquesa, rodeado de pinos por doquier, él enseguida lo asoció con las estupendas playas que salían en el libro de  SIMBAD EL MARINO.

Cuando llegaron a su destino, la familia en compañía de sus amigos, no tardaron en ir a la cala de Tamariu donde se bañaron a placer; se solzaron a placer en aquellas critalinas y frescas aguas. Poco después todos se acercaron a un rústico chiringuito donde también hacían comidas y José tomó un refresco de limón, mientras que él estaba extasiado contemplando a las bellas turistas que venían de otros países de Europa.

Fue en aquel feliz momento lleno de plenitud, cuando por un altavoz del chiringuito empezaron a sonar los mambos de Pérez Prado. Y cuando José escuchó AL RICO MAMBO su ánimo se llenó de un gozo indescriptible por las expectativas de futuro que la pieza sugería.

Pero lo importante no era aquella mágica jornada con aquella festiva música, sino que todo junto estaba asimismo muy directamente relacionado con el cariño con el que siempre le habían tratado sus padres. Sobre todo con la espontánea y contagiosa alegría de su madre.

Pero luego todo dio un giro de ciento ochenta grados. José se hizo mayor, se casó, tuvo una hija y sus padres envejecieron. Y como en la vida parece que el duende de la desdicha se ceba en nosotros, los padres de josé murieron en un accidente de coche. El fatídico suceso coincidió también con la tensa crisis matrimonial que éste vivió; y esto se sumó al declive del negocio familiar a consecuencia de una cruda recesión económica.

En aquellos momentos José al escuchar los mambos en el tocadiscos de su primo Gabriel sintió una fuerte nostalgia del pasado. ¡Nunca nadie le había querido de una manera tan sincera como su madre! ¡Lo de ahora es un birria! Ahora lo comprendía. El hecho de que mucha gente andara por la vida con el ceño fruncido, no se debía a su falta de salud, o de recursos económicos, sino que a su fracaso sentimental que les condenaba a la soledad. ¿Qué se hacía consigo mismo?

Pero esto no era correcto decirlo. El sistema mercantilista que nos rige nos inducía a sonreir siempre, a ser positivos; en aprender a ver el lado amable de las cosas, y sobre todo en aparentar que todo nos iba viento en popa ante los demás. Pues lo contrario, la sinceridad no era estética. Exactamente igual que José había hecho con su primo Gabriel, aunque le salió el tiro por la culata.

 Aquellos mambos derribaron a tierra como en un castillo de naipes aquel falso optimismo de José. En realidad aquella vitalista música también le hacía daño, porque le ponía en evidencia su triste estado actual, que lo comparaba con la felicidad que sintió en la playa de la Costa Brava.

El invitado sufría porque en su casa al estar solo no tenía con quien hablar. Había noches en las que no podía conciliar el sueño recordando los hechos del pasado. "¿Por qué me ha ido todo tan mal?" - se preguntaba a menudo sin saber qué responderse-.  Los buenos momentos siempre eran efímeros, sin continuidad; y la cantidad de personas que decía conocer y con las que se lo pasaba tan bien, no dejaban de ser encuentros furtivos, circunstanciales en los que no se intimaba en absoluto. Seguidamente cada cual iba a la suya sin interesarse por la vida de nadie. Por lo respectaba a su hija Nuria, efectivamente lo venía a ver de vez en cuando, pero él apenas le podía hablar de nada, porque ella en realidad lo consideraba un "carroza"; un tipo anticuado que estaba fuera de la relidad actual.

- Todo lo que te he dicho de que estoy tan bien es mentira. Me siento más solo que la una - le confesó José a su primo.

- Pues no tienes más remedio que acordarte de la vitalidad de estos mambos, que es el incentivo para que hagas alguna actividad que te llene de verdad - le respondió su primo Gabriel-. Tiene que ser algo que te reconcilie con la vida. Pude ser pintar cuadros, ser un actor teatro aunque sea de aficionado, escribir, estudiar una materia que te interese de veras. Haz algo que sea creativo. Tu soledad empieza primero en ti en relación con el ambiente que te rodea porque a ti no te ha gustado nunca lo que a los demás les atrae. Por eso tienes que centrarte en tu mundo interior y preguntarte: ¿Qué clase de persona soy yo? Y a partir de ahí ¿Qué es lo que más me gusta? ¿Qué es lo que puedo hacer?

- Bueno. Lo pensaré.

Y como ya había anochecido José s despidió de su primo y de su familia y regresó a su casa.

 


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