El invitado II

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Mientras deja que su cuerpo sea invadido de placer, Ricardo, no puede evitar mirar al espejo del dormitorio. Al principio, se corta y ruboriza levemente con media sonrisa picarona. Pero se da cuenta de que, sin moverse del sofá, está presenciando una imagen que, ni por un segundo, contaba con encontrarse. Vivida ya, sí. Pero no con ella. Ella. Su corazón se acelera. Ella seguía teniendo esa maravillosa sonrisa que él recordaba. Sus bellos ojos, seguían siendo un libro abierto. 

Observa cada movimiento que hace con su cuerpo. Ve como ella se abandona bajo el agua. Deja que la inunde. Ella cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás. Pasa los dedos por su pelo, que presionan por tramos, su cráneo empapado. Se agacha. El agua cae sobre su espalda. Ella se ha incorporado. Tranquilamente, pone gel en su mano y empieza a tocarse los brazos, se frota la espalda y él detecta los músculos tan bien marcados en su fisionomía. Sus pezones duros marcan un pecho firme. El efecto de la espuma cayendo lentamente por su cuerpo, a la vez que ella se pasa la mano, es realmente excitante. Esa mano libre y enjabonada, sigue su curso hacia los muslos y hace una parada, antes de ser enjuagada, en su sexo. Da un sorbo a su copa de vino, y siente cómo su sangre se acelera en segundos. Nota la presión. Pero ahora mismo, no quiere perderse ni uno sólo de sus movimientos. Esa visión la grabará en su retina para siempre. Cuando ella se gira un poco para aclararse, su culo recibe el aluvión de espuma. Ese cuerpo mojado, abandonado al placer, le invita a pecar. No puede controlar todas las sensaciones que han despertado en él. Cierra los ojos.

Se levanta despacio y se dirige al dormitorio. La fragancia a miel y mango le indica el camino.

Entra en el baño. La ve de espaldas. Queda quieto un minuto. Ella se gira y lo ve. No hace nada. Se queda fija bajo el agua, mirándole. Su mirada dice muchas cosas. “¿Qué me quieres decir?” piensa él dubitativo. 

Sigue su instinto y lentamente, se desabrocha la camisa. No se quitan la mirada de encima. La deja caer junto con la bata de seda. Continúa con el pantalón, mientras piensa en todo lo que le apetecería hacerla. Su mente se dispara, y un sinfín de posturas, aparecen luchando entre ellas para ser la primera. Para empezar, la pone de espaldas a él. Le coloca sus manos contra la pared. Mientras deja que el agua siga regando su cuerpo, la observa despacio. Sus brazos extendidos, sus manos abiertas en la pared, su pelo mojado cayendo por su cuello, sus piernas semiabiertas...es simplemente una imagen brutal.

Pasa su mano por esa espalda que hace unos instantes, estaba pidiendo ser acariciada. Es suave, tersa. Su sexo lleva preparado rato pero todavía desea disfrutar un poco más de esa diosa bajo la ducha. Cierra los ojos y se agacha hasta que, su lengua se detiene en la cueva mejor perfumada que él jamás haya olido. Su olor invita a ser devorado y así hace. Comienza a lamer. A desearlo. Sube y baja su lengua, recorriendo el camino curvo que termina en la maravillosa redondez de sus glúteos. Nota cómo ella empieza a jadear de placer. Sigue lamiendo y aprovecha para introducir su dedo corazón, lentamente. “Oooohhhh” - ella se muerde el labio. No sabe si va a durar mucho en esa postura pues lo que está deseando es, penetrarla. 

Utiliza la pequeña ventana para que ella pueda agarrarse y así poder proporcionarle todo el placer que ella se merece. Sus cuerpos empiezan a bailar juntos. Seguramente, una de Leonard Cohen. Los dos acompasados a la perfección. Los dos disfrutan. Los dos se dejan arrastrar por ese agua que, ahora, parece una corriente violenta que desemboca en una catarata de alta caída. Tan alta como sus orgasmos.

Ricardo, ¡ya salgo!

(Silencio) Bárbara sale de su cuarto, completamente arreglada y lista para salir. Estaba preciosa. El vestido le sienta como un guante. Da una vuelta sobre ella para mostrarse. Ella llevaba un rato apurada por la espera, aunque sólo había tardado quince minutos en todo, y le pareció un gesto simpático para suavizar, la posible molestia que tendría Ricardo por esperarla. Lo que no se podía imaginar es que, el mismo Ricardo, le hubiera pedido unos minutos más. Obviamente, para sobreponerse. 

¡Wow! Estás preciosa. ¿Lista entonces?

Sí, cojo mi bolso, algo que me he dejado en el baño y salimos.

Bárbara entra en el baño y con una sonrisa muy, muy, muy picarona, coge su barra de labios y al ver su bata en el suelo, sonríe.

Si el invitado supiera de la fiesta que se ha dado ella con él en la ducha, se moriría.


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