Era una mañana más. Había desayunado solo, como siempre. Mientras se hacía la cama mantenía una «conversación» con Nieves. Por supuesto, él sabía que su esposa había muerto hacía dos años, pero ese hecho no impedía que Juan le comentara las pequeñas cosas que le sucedían a diario.
Sí, habían sido muy felices y mi padre seguía queriendo a su «Nieus» a la que no perdonaba el haberse ido antes que él. Pensaba en ella cada día recordando algunos detalles que entonces le molestaban y que ahora le resultaban adorables.
Su colección de sellos de flora había invadido tanto espacio que acabó por desplazar varios libros de mi padre. Tenía unos pendientes con forma de edelweiss y cuando sonaba el teléfono se quitaba el derecho para que no le molestara con el auricular. Luego no recordaba dónde lo había dejado.
Le habían traído la compra y se preparaba la comida. Tras una vuelta con algún amigo la tarde transcurría tranquila entre lecturas y música.
Aquella noche el timbre del teléfono me sobresaltó. Desde el hospital me informaron de que mi padre había sufrido un infarto. Mientras se recuperaba, le pregunté cómo había sido capaz de efectuar la llamada al hospital dada la gravedad del infarto. Respondió no recordar nada.
Cuando le dieron el alta le llevé a casa. Allí descubrí un pendiente con una edelweiss descansando junto al teléfono.
Mi padre sonrió y no dijo una palabra.
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