El reacomodo del cosmos en el receso caluroso de septiembre
Por Juglar.
Enviado el 26/09/2019, clasificado en Amor / Románticos
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Hacía tiempo que el más mínimo cambio de temperatura le calaba en las rodillas, por eso se levantaba tarde, para confundir al impacto glacial de los inviernos en el bosque. El ánimo se le arruinaba cuando en algunos descuidos fugitivos le adivinaba a su esposa una tristeza profunda mientras tejía el crochet bajo la lámpara de sirenas, y pensaba en todo el tiempo que perdió sin ella, hubiese deseado haber sido el dueño de nada y mandatario nada más que de su vida, para no haber malgastado todos los días pretéritos, bendijo a aquel que le disparo en medio de una batalla carnívora en el estrecho de Gibraltar, porque esa fatalidad del destino le obligó a tener que ir a curarse para conocerla, y también le dio gracias al cielo porque su madre se había muerto con la antelación necesaria para que en ese preciso instante no fuera indispensable. Y reconoció que la pérdida del tiempo se le había vuelto una obsesión, así que retomó las conferencias matutinas con Dios, para hablarle de frente, y conversaban durante horas y el mundo se suspendía en el crujido de los pinos siendo golpeados por el viento y el agua quedaba paralizada en el río, y entonces lo veía bajar con las túnicas blancas y se había acostumbrado a verlo siempre con un rostro diferente, pero en esta ocasión era Él, como lo pintaban en los cuadros sombríos de las catedrales viejas. Y Dios lo llevó a pasear fuera del bosque, y pudo contemplar nuevamente la ciudad de sus amores y Él le pregunto si estaba seguro de querer salir al mundo que había destruido y respondió que sí, y cuando se abrieron las puertas vio el desmadre que había causado y se echó a llorar como niño, y no porque le doliera el jodido mundo sino porque le remordía que sus atrocidades fuesen suficientes para asegurarle un lugar en el infierno y lloró más porque temía que su arrepentimiento no fuese suficiente para que se muriera con la paz de que la vería en la eternidad… y se sentó en el páramo negro, invadido por la fatalidad de haber querido moldear el mundo a su forma y por la certeza afilada de haber fracasado. Y le reprochó a Dios que no le funcionaran las artimañas abortivas a la abuela y también que hubiera permitido todas las atrocidades que hizo y entonces le aventaron el libre albedrío en la cara, y le escupieron su amor propio, y su miedo anquilosado y le listaron uno a uno todos los pecados cometidos desde que llegó al poder absoluto, y le recordaron que suspendía las conferencias celestiales cuando se cortaba al afeitarse porque también se sentía con el derecho a no sangrar, y al final de toda la retahíla le reconocieron el amor imperturbable por los suyos y le prometieron que podían arreglar el caos que le había causado al mundo pero si renunciaba a todo y volvía a empezar desde cero y él dijo que sí sin pensarlo, porque prefería verla feliz apartada de él que negarle la oportunidad de volver a ver las vitrinas en el norte que le impresionaban tanto por estar electrificadas las veinticuatro horas del día y porque prefería verla cortando los humildes rosales de su padre y morderse los nudillos por no tenerla antes de condenarla a los inviernos ingratos cortando las hortensias más bellas del puto universo, y le dijo a Dios que solo le permitiera verla una vez más en estas condiciones, por si tenía la desdicha de no volver a verla, y entonces Dios desapareció y les dejo el mundo paralizado, y Julia le preguntó ¿en qué piensas amor? y él le contestó que le agradecía a Dios por hacerle el favor de que ella hubiera sucedido todos los días hasta ese día y ella le preguntó si se sentía mal y él le dijo sinceramente que no, que era el mejor día de su vida porque tenía la dicha de verla. Y entonces la abrazo bajo las buganvilias y vio al otoño pasar delante suyo llevándose en un carro a todas las brujas del mundo y el miedo se fue con esa visión y por fin sintió que respiraba sin complicaciones otra vez y entonces dijo que estaba listo y que si se puede hágalo de una vez, y entonces Dios regresó y le acarició la mejilla para despedirse, y lo dejó dormido… y cuando despertó su madre lo estaba vistiendo para ir al colegio, y pudo contemplarla otra vez acomodándole el moñito rojo para que recitara en la ceremonia las efemérides de otra patria que no era la que había comandado tiranamente su abuelo y entonces sucedió que los demás eran amables con su ser… y pasaban las horas del primer día de su nueva oportunidad y su memoria de la vida pasada le recordaba que tenía un vacío inmenso en el pecho y entonces el cosmos se reacomodó cuando sucedió el milagro de verla al otro lado del patio en el receso caluroso de septiembre:
Me llamo Julia ¿quieres jugar niño? –preguntó ella.
*Relato complemento de Yo te cuidaré de las brujas y Medidas preventivas
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