Oshun Efiguereme

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Como recién salida de flores blancas silvestres va con su vestido amarillo hasta los tobillos y empapada en miel, realizando la danza del vientre más hermosa que ojos humanos puedan ver.

— Es ella!!! Oshún Iyaloode, Oshún Iyaloode!! — Gritan todos eufóricos.

Mientras en su caminar garboso realza su cabeza y los mira a todos por encima de su hombro. Va descalza y orgullosa, abanicándose con suavidad y burlándose de todos con su risa suave, melodiosa, dulce y cantarina moviendo sus pulsas doradas, tiene claro que no hay prisa alguna cuando todos están dispuestos a verla bailar. Asoma presumida su corona hecha de rosas amarillas mientras mueve lentamente sus caderas de miel, alborotando corazones viriles y desatando febriles pasiones en todos esos que mueren por tenerla. No pueden contenerse ante su belleza, le gritan palabras aduladoras para glorificar aún más su presencia mientras esta pasa cerca de ellos, les toca sus mejillas y con mirada penetrante los incita al pecado saboreándose sus rojos labios, sabiéndose suculenta ante sus miradas ardientes, entonces hasta los sementales más fuertes caen rendidos a sus pies.

Aprovechándose de la situación se desviste suavemente sin dejar de mover sus caderas, empieza por bajar su vestido a los hombros y luego deja sus pechos al descubierto, con sus pezones envueltos en carne roja y parados cuál si fueran misiles. Aparta su pelo negro de su rostro colocándolo detrás de una de sus orejas y deja caer su vestido sin quitarle la vista a su cuerpo, que esta vez queda completamente desnudo ante todos. Nada la intimida ni la avergüenza, se sabe hermosa, sensual, voluptuosa, dueña del amor y de los sexos.
De momento sus ojos negros como azabache se dirigen hacia arriba, como si buscasen algo o alguien, entonces sonríe, segura de que él está cada vez más cerca.

Embarra todo su cuerpo desnudo de miel y canela pasando sus manos por todas sus partes íntimas sin apartar la vista de los que la miran atontados, nadie cree lo que ve, semejante divinidad debería ser prohibida. Ella no se cansa de seducirlos, antes se hartará el fuego de la madera y el mar del agua que Oshún de los hombres, dice la sentencia Yoruba, y así es, cada vez quiere seducirlos más y más hasta que exploten de deseo para luego dejarlos en incertidumbre, todos se creen dueños de una parte de ella, pero saben que es de todos y de nadie, es libre, es mujer de alas y no de jaulas. A ella le pertenecen todas las cosas de este mundo, y lo sabe.

Salta alegre y mueve sus manos como si fueran mariposas amarillas, realiza una danza con movimientos parecidos a los de una inmensa cascada, cae y se levanta altiva, con sus hombros y senos sensuales adornando su cuerpo que con tanto calor contenido pareciera volcán a punto de hacer erupción, como canario que quiere romper las rejas de la jaula que quiere mantenerlo preso de esa lujuria y pasión.

Entonces se siente un profundo silencio que invade el lugar de suspenso y miedo. Como si esta con sus bailes lujuriosos hubiese despertado a la bestia más grande del monte y ahora viniera a rendir cuentas.

Levanta su cabeza esta vez y enseña una sonrisa despreocupada que pareciera no temerle a nada de lo que se aproxime, coloca sus manos al lado de sus caderas aun sosteniendo su abanico dorado y vuelve a mirar hacia arriba, esta vez segura de que ya él está ahí, y más aún de que viene a buscarla.

Entonces sale él del monte como desafiando todas las fuerzas del mundo con su machete en mano, deshaciéndose de cada cosa que se interpone en el camino que la lleva hacia ella. Ya despejado todo se acerca y la acaricia suavemente aun siendo uno de los Orishas de temperamento más fuerte.

Ella le permite entrar al medio del círculo en el que se encontraba bailando apenas unos segundos, lo incita al sexo y el accede, como dominándolo con sus hilos de amor lo atrae cada vez más hacia ella hasta que cae rendido a sus pies, pero sin soltar su machete cubierto en sangre de toda criatura y ser humano que osó interponerse en el trayecto. Ella lo recuesta en su pecho y le da de él. Lo acaricia y lo cuida como si fuese la criatura más necesitada de amor en el mundo, amor que nadie más que ella emana en todo su esplendor.

Entonces él la ama por ser tan única, y ella se deja amar por él por la manera en que lo siente suyo. Todos los que estuvieron observándola antes los dejaron solos desde el momento en que ella lo dejó entrar sólo a él en sus brazos. Porque ella puede ser ese fuego que arde y él la oscuridad que lo acompaña, sólo él puede cuidar sus sueños y traerlos consigo, sólo ellos saben lo que pasó y seguirá pasando en sus mentes y corazones, son el infierno perfecto y por más que los intenten separar, todos saben que Oggún y Oshún laten en un mismo corazón.

 


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